top of page

44~El permiso propio. Culpas y otras yerbas.

  • Foto del escritor: Ayelen Vittori
    Ayelen Vittori
  • 13 nov
  • 12 Min. de lectura

ree
Las angustias de no saber me han atormentado por mucho tiempo. Me he sentido demasiado fallada, demasiado sola, demasiado equivocada, demasiado perdida, y todo eso multiplicado por mil y por muchos años. Fue recién en India donde pude empezar a ver que hay un montón de "otros" que tienen las mismas preguntas. Que hay un montón de otros que también se han salido de los parámetros de lo que interpretamos como “normalidad”, que han explorado otros caminos, que se han desilusionado, que se han frustrado también y que luego de todo eso, simplemente se han corrido. Que hay un montón de seres que eligen nuevas perspectivas para transitar la realidad— ni mejores ni peores, simplemente diferentes—. Eso también existía, y quizás era obvio, pero yo no lo había visto realmente posible hasta ahora. Probablemente a mis ojos y a mi mente le había llevado ese tiempo "madurarlo". Probablemente la sociedad y los mandatos me habían adoctrinado tan bien como a todxs. Todos ellos me han mostrado que otras formas de vivir son posibles.

En Asia encontré universos paralelos, muchas tribus distintas y empecé a entender que también podemos elegir a cual queremos pertenecer. Si, lo repito: PODEMOS ELEGIR A CUAL QUEREMOS PERTENECER. Y todavía en un nivel aún más esencial: Podemos elegir.

Para eso debemos darnos el permiso a nosotros mismos. Y parece sencillo, pero quien lleva ya un recorrido en este camino de “darse a sí mismo las cosas que necesita” sabe que no lo es tanto, más cuando se logra, es un acto que –afortunadamente– muchas veces no tiene retorno. Cuando por fin descubres la libertad, nadie vuelve a encerrarse a si mismo en una jaula tan fácilmente, aunque los barrotes estén recubiertos de brillitos y papelitos de colores. Por lo menos no por algo que no valga lo suficientemente la pena.

A pesar de mi vida viajera, mi estilo rebelde y mi mente abierta tenía el mindset de la productividad y los mandatos metidos en el cerebro. Aunque hacía tiempo me había movido y estaba a kilómetros luz de una vida “tradicional”, muy en lo profundo seguía añorando esa vida tradicional. En realidad, lo que quería probablemente era que una vida tradicional me bastara, porque eso se ve como una receta establecida, predecible y probada. El problema es que aunque lo intentara– porque te juro que lo intentaba– no me bastaba, y luchar contra eso me hacía sentir aún más rara, más rota y más fallada. ¿Realmente somos lo que queremos ser? ¿Realmente somos lo que “elegimos”?


Los que están más conectados con la reencarnación, las vidas pasadas y las tradiciones milenarias orientales, dicen que nuestra alma elige el cuerpo propio donde quiere reencarnar –el envase–. De la misma manera, también elegimos el alma de quienes serán nuestros padres– nuestro ambiente facilitador y nuestros maestros– incluso cuando nuestra misión sea trascenderlos. Según esta mirada venimos a esta vida a aprender algo, a cumplir el propósito que nuestra alma necesita para seguir evolucionando en el camino de su propia evolución. Entonces las coordenadas y figuras de quienes van a acompañarnos en ese proceso son cruciales y no azarosas. Claro que todo eso queda olvidado y quizás desde ahí podemos reformular si verdaderamente “elegimos” conscientemente lo que queremos en la vida. ¿Realmente somos los que controlamos 100% el timón de nuestro barco, o en realidad no existen unos hilos más profundos, que de alguna manera están antes de nuestra voluntad y nuestra concepción como cuerpo y materia?

Mi viejo siempre decía que la vida es como un tren, que podemos subirnos, bajarnos, demorarnos en alguna estación, cambiarnos de asiento e incluso de vagón. Detenernos y también volver al mismo lugar, pero más tarde o más temprano, vamos a llegar al lugar a donde estamos predestinados llegar. No importa lo que hagas, lo que es tuyo también te elige, también te encuentra y todos escuchamos alguna vez esas historias increíbles de conexiones y coincidencias estrambóticas e inverosímiles, que parecen que no son posibles, que no tienen sentido, pero sin embargo, existen. Ese es el sustento del cual vive mi alma, y si no las escuchaste, ojalá de alguna manera pueda hacértelas llegar, porque es justamente ahí donde se esconde toda la magia de la vida.

Y es que entonces, al final, no hay nada que perseguir: lo que es para nosotros llegará justo cuando tenga que llegar, ni antes ni después, solo asegúrate de tener la fe suficiente para que cuando llegue, solo suceda.

Rishikesh, India.
Rishikesh, India.

No creo entonces que sea casualidad que mi alma haya elegido justamente a los padres que elegí. Con sus aciertos y sus errores, y entonces desde esta perspectiva ya no serían “errores”, sino solo condicionantes para configurar la realidad que me estaba predestinada, y que en base a mis elecciones, necesitaba. Mi padre un gran sabio. Mi madre una guerrera y una sobreviviente: libre, independiente e infalible. Ambos a su manera aportaron las coordenadas indicadas para que yo esté hoy acá haciendo justamente lo que estoy haciendo ahora. Mi padre me dio una sabiduría infinita, mi madre una alas fuertes y el desapego necesario para irme a volar. Nada, nada, nada es casualidad y poder percibirlo de esta manera hace que todo cambie sutilmente de color y nos empoderemos.

Por mucho tiempo sentí que estas ideas chocaban bastante con mi mente de psicóloga. Ahora, creo que en realidad tienen más sentido de lo que había creído. Hace un tiempo que me amigue con la palabra integración. Ahora solo intento que  ambas ideas puedan coexistir juntas y que cada una se busque su propio lugar. ¿Cómo?  Aún lo estoy averiguando, pero de momento solo así: permitiéndoles coexistir en la misma mesa sin por eso invalidarse. No se si todo tiene sentido todo el tiempo. Mi psicóloga decía que a veces la vida también es soportar el sinsentido. Me gusta la palabra permiso. Creo que es una manera de pensar interesante para habilitar al menos nuevos estados posibles, nuevas posibilidades, incluso cuando no lleguemos a entender del todo que significan. El permiso es la libertad misma, la potencialidad para que algo exista. Si...cada vez me pongo más filosófica.



Esa palabrita sencilla, que parece tan simple y aniñada: “Permiso”. Permiso es lo que me di cuenta, no me daba casi nunca. Si permisos triviales, claro. Esos que son fáciles, instantáneos, tentadores y adictivos. De esos, sí, todos, en exceso y como bandera. Tomarme una cerveza –dos, tres, quince–, permiso para salir, fumar, hacer, probar, dormir incluso permiso para parar de vez en cuando… pero no permisos profundos: para dejarme sentir lo que necesitara sentir desde el fondo de mi alma, por ejemplo, o permiso para ser, y permiso para no ser también. Permiso…Crucial.


Durante mi vida me había dado muchísimos "permisos", sí, probablemente muchos más de los que mucha gente suele darse. De adolescente tocaba la batería en una banda de rock con amigas. Vivía con mi novio en una casa donde habíamos construído nuestra propia sala de ensayo y se rockeaba por lo menos 5 veces a la semana, entre cervezas, juntadas y asados. Tenía una vida descontracturada, impulsiva, rebelde, de mucho rock, recitales, hippismo y excesos. Con la ayuda de mi padre había armado un taller para soldar y pulir metales en mi propia casa. Dejé un año mi carrera para cumplir el sueño de ser artesana, y hacer bijouterie en alpaca. La vendía todos los fines de semana en la feria del Parque Centenario en Buenos Aires. Entre todo eso varias veces por año me iba a viajar de mochilera, en carpa y a dedo por los rincones mi hermoso país. También bailaba, estudiaba gemoterapia y tenía miles de otros hobbies. Si, ya ven que no están hablando con alguien demasiado adaptada convencionalmente a la sociedad, ni bastante estática, ni bastante conformista. Así y todo, reprimía un montón de cosas. 


Antes de llegar a India me había ido de Argentina hacía ya 5 años. Había vivido en varios países, en muchas casas distintas, con mucha gente distinta. Había dejado atrás mi vida convencional, mi profesión, mi trabajo, mi casa, mi familia, mi país. Había trabajado de muchas cosas que nunca en la vida había imaginado y tenía horarios y rutinas algo más extrañas que el común de la gente, pero en el núcleo duro de los mandatos cargaba las mismas culpas de “no ser” que todxs. Y probablemente ahora con más peso, porque no solo no las había logrado sino que encima, las había roto. La culpa es algo que se carga con uno y que se lleva consigo vayas donde vayas, te mudes donde te mudes. Es como un sticker interno que llevas en el reverso de tu frente –o justo ahí, pegado en el corazón– y desde chica que yo cargaba con varias de esas. Y es interesante, porque las culpas no elevan nuestra energía, sin embargo nos hacen movernos en direcciones que jamás hubiéramos pensado, y que la mayoría de las veces, ni siquiera queremos.


ree

Tiruvannamalai, India

¿Cuáles eran estas culpas y que forma tomaron? Bueno, soy hija única. Mi madre también lo es y mi padre estaba distanciado de toda su familia, entonces mi núcleo familiar siempre fue muy pequeño. Hacía un tiempo largo que éramos solo yo, mi madre y mi padre. Ellos se habían separado varias veces desde que yo tenía 7 años y ninguno de los dos había vuelto a formar familia, entonces el peso del bienestar de mis viejos siempre había sido un tema en mi vida, desde chica. Probablemente, aunque no seamos hijxs únicos y no tengamos familias chicas, el peso familiar siempre será uno de los GRANDES temas en nuestra vida y también en nuestras sesiones de terapia –si sos lo suficientemente afortunado para tener ese espacio de vómito familiar–. Así que esas eran las cartas con las que jugaba, un poco escuetas y sin demasiada variedad.

Mi padre había fallecido 8 años atrás. Teníamos una relación de confidentes, demasiado cercana, demasiado hermosa, demasiado profunda. Pero a veces, como todo lo intenso entre dos personas, también se volvía pesada. Cuando mi viejo se fue pensé que nunca lo superaría –ese era el terror con el que había lidiado toda mi vida–, pero paradójicamente y gracias a todo el amor que él me había enseñado, lo transité. Fue durísimo, claro, lo duelé varias veces, con muchos rituales de por medio y en varios lugares distintos, pero en cierta forma, sentí que con su partida física de alguna manera mi padre me había liberado. Los dos lo sabíamos. Si mi padre no se hubiera ido probablemente yo nunca me hubiera ido de Argentina, nunca lo hubiese dejado, y si digo “dejado”, es porque en cierta forma, yo me hacía responsable de él, y eso para nosotros los hijxs es demasiada demasiada responsabilidad. Proporcionalmente también, la tarea que muchos hijos equivocadamente tomamos. Después de su partida me sentí con la libertad para salir al mundo a cumplir mis sueños. Ahora era libre, nada más me ataba. La relación con mi madre siempre había sido distinta, más distante y conflictiva, como típicas madres e hijas. Ella tenía una vida más sólida, más armada e más independiente, pero ya ven, ni eso nos salva de la sensación de no estar ocupando el “lugar que deberíamos estar ocupando”. Entonces, de repente, el peso de cuidar a mi padre había desaparecido por lo menos del plano físico y práctico pero ahora me empezaba a cargar todas las culpas maternas. Hasta ese momento nunca las había experimentado, pero cuando tienes las manos disponibles y estás acostumbrada a sostener se hace bien sencillo cambiar un objeto por otro. Aunque nadie nos lo pida, aunque nos quejemos, aunque las manos duelan —y la espalda también—, ahí vamos a hacer lo que "más fácil" nos sale hacer. Ahí vamos como Caperucita Roja entrando en el bosque, saltando sonriente con su canasta de lado a lado al encuentro con el Lobo feroz. Y es interesante, porque al final la clave no está específicamente en la persona ni en el rol que ella ocupa en nuestra vida, sino en nuestra "adicción" y en la costumbre en nuestro propio patrón de acción.

Nuestra respuesta conocida, lo que “solemos hacer”.  Probablemente lo que odiamos, pero lo que solemos hacer. Si, así de inteligentes somos (LOL)


ree

Invierno en Dharamkot, India.


Nuestra zona de confort disconfortante…Y ojo, que ese lugar lo puede ocupar cualquiera. La pareja es la que tiene el próximo número en nuestro banco de suplentes, esperando a que movamos un solo dedo para entrar corriendo a la cancha a jugar el próximo partido.

Y bueno, el desenlace era algo previsible. Esa presión o necesidad– de sostener al otro era como un imán gigante que yo sostenía en mi mano, y todas las culpas en relación a mi madre estaban esperando pegarse al imán como si fueran bolitas metálicas de colores. “Te fuiste y la dejaste sola…”


¿De quién era la culpa?

¿De quién era la mano que sostenía el imán? Si hay algo que aprendí en estos años es que siempre elegimos, aunque pensemos que no, y ese es el fin de la historia, y también el principio del nuevo libro.



Irme sola a India de alguna manera había sido empezar a dejar atrás aún más atrástodo lo que no me pertenecía, porque al final no es una cuestión de distancia física sino una cuestión de posiciones. Irme sola y que nadie supiera de ello era simbólicamente empezar a hacerme cargo de que tenía que devolverle a cada uno sus cosas, y que también tenía el derecho y la responsabilidad de pensar en mí –y sobre todo la responsabilidad. Que también debía ser un poco egoísta –si entendemos por eso a hacernos responsables conscientemente de nuestros deseos, nuestra felicidad y nuestra propia persona, cuidando, valorando y respetando quienes somos de la manera más equilibrada para con nosotros, sin por eso dejar de pensar en los otros con amor –, y que eso es lo  sano. De hecho, la lingüística lo avala porque no se llama más egoísmo, se llama amor propio. 



¿Y tu madre? ¿Está sola en Argentina? -Si… y yo estoy sola aquí… ¿y con eso qué?... ¿Qué debería hacer? ¿Cambiar mi vida y mi rumbo simplemente para que ella no esté sola? ¿Ir a ocupar el lugar de “chaperona”, a sostenerle la vela mientras en el mismo acto tiro mis propios sueños a la basura? Si, sé que suena como si le estuviera saltando a la yugular a alguien con esa contestación, pero es que no saben lo pesadas que se vuelven esas preguntas cuando lo único que estás intentando hacer es resolver tu propia vida de la mejor manera posible en tu propia dirección.


Estas eran respuestas de una “yo” mía evolucionada,  ya con bastante madurez y un largo proceso personal encima. Me costó bastante conquistar ese lugar. Más bien era algo que mi psicóloga me decía con muchos ejemplos distintos mientras yo lloraba revolcándome en mis propias lágrimas de culpa, y por muchísimo tiempo yo solo me reprochaba por qué estaba dejando sola a mi mamá.

ree

¿Piensan que es fácil irse? ¿El estar lejos?

¿Piensan que con el ticket de ida automáticamente obtenemos un seguro gratuito que nos anestesia el corazón y nos volvemos de hielo? La distancia no es fácil. Tomar la responsabilidad de hacer tu propia vida lejos tampoco lo es, pero cuando te das cuenta que esa la única forma de felicidad posible porque eso es lo que siente tu cuerpo, se convierte casi en un deber y una obligación. Uno deja muchas cosas atrás. A veces ni siquiera es una elección sino la dirección del camino propio, y poder entender eso requiere cierta madurez y también coraje para enfrentar la realidad. Ninguno de los dos lados son sencillos. Ni el del que se queda ni el del que se va. El sello se aplica para ambos lados de la ecuación de una manera diversa.  No siempre es como queremos, pero al final del día es lo único que hay y parte de la vida es aprender a mirar hacia ambos lados con profundo amor; no solo hacia lo que dejamos, sino hacia lo que puede venir de eso.

De más está decir que gran parte de mi viaje no tenía que ver con India, sino con aprender a hacerme cargo de mi propia vida y ahí descubrí que tenía una tarea muy grande enfrente mío que había sido algo descuidada, y eran mis propios sueños.


Mi felicidad era tan importante como la felicidad de mi madre, pero en la práctica la felicidad propia era la única tarea que realmente me correspondía. No se si tenía la facultad completa de hacer feliz a mi madre –creo que cargarse la felicidad ajena es algo que solemos hacer más es una tarea bien difícil que debemos poner en discusión, pero de seguro tenía la responsabilidad de hacerme feliz a mi misma, porque a eso venimos a la vida, ¿no?


Gran tiempo de mi terapia personal había sido cómo hacer feliz a mis padres y cómo lavar mis “culpas” –cómo todxs, o cómo muchos de nosotrxs... Buen hijx, hermosx y altruistx, pero una tarea muy pesada para un mortal… y adivinen qué: que al final nunca funciona del todo, ni verdaderamente para ellos ni verdaderamente para nosotrxs. La única felicidad depende de uno mismo, y no se si aún podía enseñarle eso al resto, pero por lo menos debía empezar a practicarlo yo misma.

ree

Koh Panghan, Thailandia

Nadie puede hacer feliz al otro si no se hace feliz a sí mismo primero. Cuánto escuchamos estas frases hechas, ¿no?... Lo que me di cuenta con el tiempo es que llega un día que estas frases tan icónicas, memorables y épicas cobran sentido y de repente tocan tu alma, y no porque las hayas escuchado en demasía, sino porque después de tantas repeticiones y vivencias el insight llega, y ese momento es mágico: porque es cuando por fin la comprendemos.

La frase solo toca tu cuerpo cuando tienes el nivel adecuado de conciencia para comprenderla. No antes no después.


Como cuando un psicólogo hace una intervención, o como cuando un mejor amigx le dice a su mejor amigx eso que es obvio pero el otro aún no está preparado para ver ni escuchar. Cuántas veces como psicóloga he llegado a frases elocuentes, magistrales, conclusiones personales certeras, congruentes y precisas, de esas que te dan ganas de aplaudirte a vos mismo. Cuántos de esos comentarios han ido a parar al agujero del colador, como diría Lacan y han pasado tan desprevenidos para el sujeto en cuestión que ni siquiera registró la magia del arcoiris… ¿Por qué?  Simplemente porque la persona no estaba lista, no era el momento adecuado, no importa el grado de verdad de la frase, esa conclusión era algo demasiado inalcanzable y apresurado para el nivel de conciencia del sujeto. Entonces, automáticamente, sin efecto. La misma frase un tiempo después puede llevarse todos los aplausos. La frase sigue siendo la misma, la persona ha cambiado.

Ahora, en India, lejos de todo y de mi propia vida, escuchar la misma frase de taza: Nadie puede hacer feliz al otro si no se hace feliz a sí mismo primero, de repente cobraba sentido. Sobre todo porque no estaba pudiendo hacer feliz a nadie, ni siquiera a mi misma.


ree





Comentarios


lo random de la vida .jpeg

¿Te ha gustado?


Invitame un Cafecito 🇦🇷  para seguir compartiendo magia


Tambien podes apoyar mi contenido a traves de Paypal  🌍

Website designed & developed by Gs7 | Exclusive content by AV Copyright © 2024. 
All Rights Reserved.

 


El contenido total de este sitio web está protegido por derechos de autor.
Queda prohibida su uso, copia o distribución sin la autorización de la autora. El uso no autorizado constituye un delito conforme a la legislación vigente.

bottom of page