26 ~ Varanasi, tocando el fuego sagrado.
- AV
- 4 jun 2023
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 29 mar

Estábamos meditando a solo unos centímetros del fuego sagrado, entre humo y gotas de sudor. “Todo esta bien... mira a tu alrededor. ¿Podes realmente dimensionar donde estás? Sos una afortunada… Solo continúa, lo estás haciendo bien…” Tomé ese momento para poner en perspectiva donde estaba. Aún podía ver a esa mujer desesperanzada en pijamas, fumando un cigarrillo tras otro a la 1 de la mañana sentada en la mesada de una cocina a oscuras. Una mujer que parecía mirar por la ventana pero en realidad miraba a la nada misma, a su propia frustración y a la imposibilidad de movimiento. Pues esa mujer ahora se había movido, bien lejos y bien fuerte. Había saltado, pero por momentos se parecía más a volar.
Mile y yo caminamos al Gran Crematorio Sagrado a orillas del Ganges, el Ghat Manikarnika. Esta vez nos dirigimos al Fuego Sagrado, ese mismo con el cual cada familia enciende los troncos apilados que contienen el cuerpo de su difunto para iniciar la cremación. Ese fuego que, según la tradición hindú, ha sido encendido por el Shiva hace 3000 años y desde entonces ha permanecido encendido con un cuidador a su lado, convirtiéndose y convirtiendo a Varanasi en uno de los lugares más antiguos habitados en el mundo.
Su cuidador era un chico joven de unos 20 años, del cual nos hicimos amigas rápidamente. Él es el que velaba por su permanencia.
Subimos algunas escaleras para llegar a él. Pasamos en medio de una barbería donde rapan a los hombres familiares de los difuntos para iniciar la ceremonia. No hay mujeres en este lugar. Las mujeres indias no tienen la entrada permitida a los crematorios porque dicen que llorar retiene el alma del difunto en este mundo. Entonces como se imaginaran, aquí solo hombres: muchos y muchos hombres entre los pasillos angostos. Solo por este detalle la energía y las miradas son un poco densas acá- como en muchos lugares de India pero redoblado.-
El Fuego Sagrado se encuentra en un pequeño cubículo semiabierto que se eleva sobre el Ganges en un primer piso, justo enfrente del crematorio abierto a orillas del río. La vista desde ahí es inmaculada: El Ganges en todo su esplendor, las piras funerarias ardiendo, el humo de las fogatas invadiendo el ambiente, los familiares del difunto a su alrededor e incluso personas sentadas en sus escalones simplemente meditando, absorbiendo toda la energía inmensa que ahí se genera. Se dice que meditar en estos espacios de transición entre la vida y la muerte conlleva un poder descomunal. El alma cuando se desprende del cuerpo emana una energía de liberación, de trasmutación, de disolución del ego, que para quienes pueden sentirlo es algo de otro mundo. La contemplación de la muerte, asimismo, le da otro sentido a la vida, y en estado meditativo, todo eso penetra a niveles únicos. Y entre todo eso, por supuesto las vacas libres y las cabras disfrutando como almuerzo las flores decorativas de los difuntos.
Si, como una pintura de Dalí, donde el calor de las llamas te penetraba hasta el alma.

Entramos con respeto y nos quedamos sentaditas en el suelo enfrentadas al fuego sagrado. De fondo se veía el Ganges atardeciendo.
Los familiares entraban con palos gigantes como antorchas que encenderían las piras crematorias, para convertir en cenizas los cuerpos de sus familiares. Estábamos a solo unos centímetros del fuego. El humo y el calor era intenso. Ambas cerramos los ojos y sin hablar, nos pusimos a meditar. Nos quedamos así unos minutos.
De repente sentí unas palabras. “Algo” hablo.
-“Todo está bien. Mira a tu alrededor: ¿Podes dimensionar donde estás?…Sos una afortunada. Solo continua, lo estás haciendo bien. Solo continua…” Respire, luego sonreí. Era una señal, de esas que venía implorando durante noches. Asimismo, era todo lo que necesitaba escuchar, más bien era lo que necesitaba sentir. Paz, seguridad y calma. Abrí los ojos para admirar mi alrededor. Esto era demasiado. Parecía una película, pero era real. Yo era yo y estaba ahí, en India, viviendo todo lo que mis ojos veían.
Quién hubiera dicho 7 meses atrás que estaría en India…si en India. Por primera vez en Asia, sola, tomando uno de los desafíos personales más grandes que he tomado en mi vida, pegando un volantazo épico- más- y saltando al vacío, de nuevo. Hoy estaba acá… mirando el atardecer sobre el crematorio sagrado más del venerado Ganges. Nada parecía tener sentido, o quizás lo tenía demasiado, tanto que me hacía reír. 7 meses atrás, nadie hubiera dicho que yo estaría meditando entre gotas de transpiración y llena de humo frente al fuego sagrado en la ciudad de las leyendas… ni siquiera yo misma.
Los caminos impensados del universo.
Tome ese momento para poner en perspectiva donde estaba.
Aún podía ver a esa mujer desesperanzada en pijamas, fumando un cigarrillo a la 1 de la mañana sentada en la mesada de una cocina a oscuras, apagando un cigarrillo y prendiendo otro, mirando por la ventana del patio trasero de un edificio de Copenhague.
Una mujer que parecía mirar por la ventana pero en realidad miraba a la nada misma, a su propia frustración y a la imposibilidad de movimiento. A la quietud.
Pues esa mujer ahora se había movido, bien lejos y bien fuerte.
Había saltado, pero por momentos se parecía más a volar.
Habían pasado tantas cosas... no tenía palabras. Mi yo del pasado no entendía qué pasaba, pero ya no necesitaba entender, solo apreciar esa locura que pasaba a mi alrededor. Estaba meditando en uno de los lugares más sagrados del mundo. Toda esta magia, el humo, las caras, las formas, lo espeso del aire. Parecía un sueño, parecía no ser real pero lo era.
Mi vida entera me aparecía en flashes. ¿Cómo había terminado acá? Qué había pasado en la vida de esa psicóloga recién recibida con su casa en Caballito y una vida normal para llegar a este momento y esta situación desesperada. Todo el camino de varios años pasó en un segundo por mi mente como un cortometraje. Se me escaparon unas lágrimas, esta vez de emoción. No podía más que agradecer. Mejor dicho, podía muchas cosas, pero esta vez entre todas las ideas posibles elegí agradecer por estar viviendo esto. Agradecer a todo y a cada una de las cosas que me habían traído acá hoy: a mí misma y a mi valentía, agradecer incluso a todos los momentos de dolor infinitos y todas las sensaciones agobiantes que tenía en el alma, esas que pensé que me matarían pero que solo me hicieron enormemente más fuerte. Agradecer con palabras tan grandes que no me cabían en el pecho.
Sin dudas, era el lugar más increíble en el que había estado en toda mi vida.

Seguía con muchísimas incertidumbres, claro, pero algo empezaba a aplacarse. Poder solo correr esos pensamientos como si fueran nubes de lluvia y elegir ver el sol que transcurría en frente era una bendición. Ese que quemaba, ese que no era más que un sol, que no eran respuestas, verdades ni resoluciones, pero se convertían en certeza por el instante en que lograba habitar el presente. Durante esos momentos todo paraba… El presente se bastaba a sí mismo.
En el presente no estaban ni los miedos por el futuro ni las culpas del pasado. El presente se sentía bien, se sentía vivo y de hecho, era lo único que podía habitar últimamente, energética y prácticamente hablando. Mi mente no era capaz de otras posibilidades sin explotar ni derrumbarse. El pasado era aún muy doloroso y el futuro demasiado incierto. Con las posibilidades que tenía en ese momento, solo podía estar haciendo esto y de a poco, empezaba a encontrar paz en esa respuesta amable.
Empezaba a dejar las presiones propias de lado y los detestables “debería” para tener la lucidez para percibirlo. "Esto" era verdaderamente lo único que podría haber sido. Esto era lo único que podía ser ahora y mi cuerpo empezaba a aceptarlo, entre humos y chispas sagradas. Ya había dejado de lado el "volver a casa" después de 2 largos años, las fiestas en familia, los festejos de mi primer mundial de fútbol ganado, mi cumpleaños junto con las imágenes de mi misma en esas escenas. Nada de eso estaba destinado a suceder, simplemente no era posible ya y empezaba a hacerme cargo del presente que si podía, dejando de lado las culpas. Que empresa trabajosa… « Todo está bien por este minuto que dura el ahora.
Esto es lo único que puedo habitar por el momento »
Respire. ________________
Caminamos bordeando el río de regreso a la ciudad. El atardecer marcaba el inicio del Aarti, que acá toma la forma de uno de los más grandes e imponentes de todo India. La ceremonia acá en Varanasi tiene tanta magnitud que no solo se ve desde tierra firme, donde estamos eventualmente parados todo el tiempo, desde esas escalinatas interminables que se llenan de gente hasta el cielo...sino que también ¡se ve desde el agua! Hay casi cien botecitos de madera que guardan sus lugares para ver los fuegos arder flotando sobre el río. Decenas de barqueros gritando que por 200 rupias te llevan a ver el Aarti desde el amado Ganga. ¿Qué más se podría pedir? Regatié precio y me subí a uno de los barquitos.

Me sorprendió un poco que nos movimos solo unos pocos metros por el agua y nos ubicamos detrás de unos cuantos botes que ya estaban ubicados esperando que empiece el espectáculo. Como un tetris, todos se iban acomodando para esperar la ceremonia. Como unas butacas flotantes, entre Kirtan, cantos y mantras. Los vendedores indios caminaban de bote en bote, vendiendo masala chai, poojas, pintando bindis en las frentes, prendiendo inciensos y transportando platos con fuego para la triple purificación.
El Aarti comenzó. Los candelabros de cobras de fuego se balanceaban en el aire en las manos de los monjes de naranja dibujando la figura del Om (ॐ) y esta vez lo veía desde el agua suspendida sobre el Ganges, mientras todos cantábamos entre nuestros chalecos salvavidas.
Cientos de personas en los botes y cientos de personas en tierra del otro lado de la ceremonia. Humo, incienso y magia. Las señoras preparaban sus canastitas de poojas, prendiéndolas fuego y apoyándolas en los huecos de río que los botes dejaban casi milimetricamente. Mi pequeño ser occidental imaginaba los riesgos entre todo eso… ofrendas de papel y flores prendidas fuego, botes de madera y una aglomeración de barcos encajados a presión bloqueando entre ellos cualquier posibilidad alguna de salida. Un escenario por lo menos inquietante. Solo me encomendé a los dioses, como ellos. Pero una vez más, nada pasó. Estamos en India...
Cuando el Aarti terminó todos salimos a navegar bordeando los Ghats rumbo al crematorio principal. Ya era de noche, la luna estaba llena. Yo estaba sola, sentada con los pies cruzados sobre la punta de un botecito precario con un chaleco salvavidas que me abrazaba. Sentí la inmensidad y a la vez el hecho diminuto de ser un punto desplazándose sobre el río en un país remoto en medio de la noche, rodeada de música india y fuegos ardientes. Si algo me pasaba pocas personas lo sabrían. Me sentí ínfima como una hormiga, desnuda y libre a la vez. Todo lo que estaba pasando era enorme y a la vez insignificante. Abajo mio, un río sagrado lleno de ofrendas que se veían como llamitas balanceándose lentamente en la oscuridad. Arriba un cielo lleno de estrellas y una luna enorme a punto de explotar. El resto era todo oscuridad. Desde ese lugar de soledad podía admirarlo todo: las familias haciendo sus rituales, los chistes entre los vendedores, el silencio de la noche, el sonido de los remos encontrándose con el agua mientras nos desplazábamos muy lentamente.
Cerré los ojos, los abrí y los volví a cerrar. Sí, estaba ahí. Esto también era real. Lo que estaba pasando lo valía todo la pena si esa fuera mi última noche en el mundo. Eso sentí. Nadie sabía dónde estaba y yo estaba navegando en el Ganges, en la ciudad más sagrada de todo India bajo una luna que me auspiciaba Esto era un regalo que solo lo compartía conmigo, que nadie más que yo podía dimensionar como yo lo hacía. LLoré. Me sentí bendecida. Era demasiada la belleza, y no justamente porque fuera un lindo paisaje, sino por la magia que veía en cada rincón, porque cada cosa simplemente era, naturalmente, y yo estaba ahí lo suficientemente despierta como para poder apreciarlo todo. Lo interno y lo externo. Mis logros, mi coraje y el encuentro con lo más intrínseco de mi misma. Esa presencia plena. Atención sin tensión, sólo presencia.

Mis ojos seguían sin creer lo que veían. Era todo demasiado inimaginable para mi corazón que todavía no terminaba de entender porque estaba vestida como una india sintiéndome una más entre ellos. Pero ahí estaba, todo iba tomando color y empezaba a sentir que cada sensación de desolación que había atravesado durante tantas noches hasta llegar acá había valido la pena.
No era la noche, no era Varanasi, no era el río, no era haber vencido mis obstáculos ni mi permiso para hacerlo… era la magia de todo eso junto. Una sensación de triunfo para esa mujercita que hacía unos meses era un ovillo de lana acurrucado entre unas sábanas, pidiendo por favor que toda esa confusión y ese dolor se terminaran. Era un regalo y un fruto. Una señal de aliento para que continúe. Una sensación interior que me abrazaba, que me brindaba respuestas en un mar de dudas.
Estaba empezando a ver las puertas abrirse y empezando a vislumbrar otra dimensión, otros significados. Algo me estaba bendiciendo, algo me estaba regalando una sensación tan única que jamás hubiera podido ni siquiera imaginar. No sabía que era, pero podía sentirlo. Me sentí orgullosa de mi misma, me vi a mi misma con otra expresión. Empecé a sonreír con ojos de paz.

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