Recuerdos sobre mi viejo
- AV
- 16 nov 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 5 mar

Mi viejo era un hippie.
No se cuando empezó pero desde que tengo uso de conciencia y puedo percibirlo empezó a transgredir.
Arrancó temprano en mi vida, compartiendome sus enseñanzas como lo hace un maestro. Primero con sus ideas de revolución e idealismo: del Che Guevara, la revolución, las Madres de plaza de Mayo, el Nunca Más, la conciencia por la democracia y el espíritu de lucha. Continuó con el manejo de la energía, la ética, la apertura de conciencia y los ovnis. Con sus poemas, sus metáforas y sus cuentos. Recuerdo también cuando empezó a transformarlo en acciones. Le encantaba pescar. Se había comprado un bote rígido y siempre se iba solo a la laguna de Lobos. Volvía de madrugada, con decenas de pejerreyes para limpiar y los ponía arriba de la mesa. A veces con mi vieja lo acompañábamos y ella se ponía a tejer arriba del botecito. Era tan chica que nunca pude ver eso en vivo y en directo, y recordarlo. A mis 8 años vendió el bote y se compró su primera moto. No estoy segura que supiera manejar en dos ruedas. Me acuerdo que fuimos los tres juntos con el auto a un local en Lanús y él se volvió manejando su moto nueva como un campeón. Era de poca cilindrada, una Suzuki 100 azul brillante. Al poco tiempo la cambió por una Yamaha Virago choppera también azul, de esas que vas medio reclinado como un verdadero motoquero, porque evidentemente eso era lo que él quería.
Ahora que empiezo a reconstruirlo él era un hippie y creo que siempre había soñado con eso. Le puso dos alforjas de cuero negro, unos manijares haciendo juego con flecos colgando y así que me iba a buscar al colegio. Eran los 90. Eso no se usaba tanto como ahora, por lo menos no en el colegio privado católico donde mis padres me mandaban. Los idiotas de mis compañeritos me cargaban por lo grande que me quedaba el casco y me decían. – Ahí viene el motoquero… -No entendían nada los boludos. Viéndolo a la distancia ahora entiendo muchas cosas: mi viejo siempre fue un rebelde y siempre había querido serlo.
Un día me pidió un diente y se hizo un arito con una incrustación mía en oro. Y obviamente se hizo el agujerito en la oreja, que como buen varón no lo tenía. Por esos momentos los hombres no usaban arito como ahora. Era raro, pero a él poco le importó. El paso siguiente fue tatuarse: se hizo un escorpión de escorpiano y abajo mi dos nombres: AYELÉN ALUMINÉ. Fuimos juntos a una galería de Avellaneda, yo lo acompañe. A mi vieja no le causo mucha gracia, ¡a ver si encima me incentivaba! Por supuesto lo hizo. Casi nadie tenía tatuajes en esa época salvo los rebeldes. No lo sabíamos, pero parecía que él era uno. No se cuando pasó, pero viéndolo en perspectiva pareciera como si en algún momento se hubiera cansado de algo. Creo que de esta sociedad hipócrita en la que vivimos.
Después se separó de mi mamá, se fue a vivir a una pensión en Remedios de Escalada con una camita extra donde yo iba a visitarlo y podía quedarme a dormir. Me hice amiga de sus amigos y pasábamos las navidades juntos con la gente de la pensión. Me encantaba ir a visitarlo, cocinábamos todos juntos como una familia. Era mi segunda casa. Ahora que lo veo no estaba tan alejado de cómo vivo ahora.
Empezó a escuchar cumbia villera cuando eso recién comenzaba a escucharse y fue otra forma de rebeldía. Se compró unas zapatillas topper rojas y comenzó a irse de viaje solo, siempre a la montaña. Se tiñó el pelo cuando eso tampoco se usaba. Se los paraba con gel como un pendex cuando en realidad tenía 50 años. Era un moderno. Yo me enojaba porque quería un papá más “normal”, más aburrido, más formal y más avejentado. Nunca se lo dije. Probablemente me hubiera hecho entender que eso en realidad debía chuparme un huevo.
Luego lo agarró la época de Menem y perdió el laburo como muchos. Empezó a trabajar de noche como operario en una fábrica de bronce y a romperse el culo como todos,y ahí se volvió aún más fuerte y más combativo.
Más de grande volvió a tatuarse. Esta vez se hizo el pañuelo de las abuelas lleno de mariposas, y de manija también se tatuó “HASTA LA VICTORIA SIEMPRE” y “EL AMOR VENCE AL ODIO”. Me dijo de tatuarnos juntos. Le dije que no. Ahora me arrepiento.

Desde que conoció a Néstor se hizo Kirchnerista, y todavía más rebelde y más político y aún más argentino. La única vez que vi llorar a mi viejo antes de morir fue cuando se murió Néstor. Me llamó por teléfono llorando como un niño. Me asusté, pensé que se había muerto alguien. Y si, se había muerto Néstor.
Desde ahí yo también me hice kirchnerista y empezamos a salir a la calle juntos a luchar por nuestros derechos y a festejar los triunfos. Íbamos a las marchas juntos, él no faltaba nunca.
La vida le era dura pero igual era un soldado, un guerrero y un sabio. Me enseñó muchísimo, casi todo lo que soy. Incluso hoy cosas que estoy volviendo a aprender descubro que él ya me las había enseñado mucho tiempo atrás.
Ahora que lo pongo más en orden… era obvio: murió como vivió, siempre rebelde, siempre cabezadura, siempre idealista y siempre hippie.
Ahora entiendo porque cuando le pedía que haga las cosas distinto casi nunca me escuchaba.
¿Como no lo vi antes?
Era eso, un hippie y mi gran maestro.
¿A quien saldré yo? No sé, vos fijate.

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Feliz cumple al cielo. Siempre te recuerdo con agradecimiento y muchísimo amor. Con todo y tus errores, fuiste un hombre muy sabio. Seguís siendo luz y también guía.
Honro tu camino viejo. Te dedico unas palabras en el idioma que me enseñaste. ¡Siempre hasta la victoria compañero!
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