¿Qué es lo que me gusta tanto de India?
- Ayelen Vittori
- 17 feb
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 6 mar

Me intoxique 4 veces en India y otras 3 más en Asia, con hospitales, antibióticos, sentimientos de muerte y todo eso de por medio. Las comidas picantes y las bacterias asiáticas para mí son casi letales. Comería cada comida nueva y cada fruto desconocido agarrada como un regalo de las manos de cada local. Amaría poder relajarme y no tener que sobrepensar de donde proviene cada cosa, pero sé bien que eso puede matarme. Las cosas fáciles se me vuelven difíciles. Entonces, se me hace inevitable preguntarme: ¿Qué me gusta tanto de estar acá?
Cada vez fue muy particular y no por eso menos tremenda. La primera tuve que explicarle en un Vipassana a un maestro monje -y a 100 oyentes expectantes más- mi situación escatologica y pidiéndole por favor que dejara que entre un médico para que me vea. No lo hizo.
La segunda fue en Nepal subiendo sola un pico de los Himalayas. El baño estaba afuera en el medio de la noche y la helada, e iba con tanta frecuencia que tuve que dormir vestida- pensé en dormir en el baño, pero las condiciones sanitarias no eran demasiado convincentes-
La tercera me llevaron al hospital y lo primero que atinaron a hacer fue ponerme una inyección a la cual me negué rotundamente.
La segunda vez que llegué a Asia no fue mejor que la primera. Está vez la traía a mi madre para mostrarle que Asia era un lugar muy seguro y muy tranquilo.
A los tres días de llegar a Hanói, Vietnam, vomite a cántaros en un bus turístico. Mi madre sostenía una bolsa plástica y mis pelos, mientras yo me aguantaba a mí misma de una baranda con la cabeza a gachas casi moribunda.
Lo primero que pensé fue:
-¡Que bueno que estaba mi mamá conmigo está vez! ¡Bienvenida a Asia de nuevo!
10 días después la situación se repetía nada más ni nada menos que en los templos de Angkor de Camboya, frente al famoso Bayón que solo pude apreciar entre vómitos, calor corporal y sudoración, en medio de una selva hermosa y un Tuc-Tuc en movimiento mientras yo iba vomitando por los aires. Le dije a mi madre que todo estaba bien, que siguiera sacando fotos que en un rato me recomponía, y el hombre que manejaba continuó conduciendo también. Ya los tres habíamos asimilado mi situación como algo normal.
Por lo menos con estilo ¿no?
-¿Cómo haces para vivir acá?- me preguntó mi madre viendo las reiteraciones de los hechos. Las cosas más básicas como comer a veces se me vuelven terribles. A pesar de eso, amo Asia.
Inevitablemente, me tuve que hacer la pregunta
¿Qué es lo que te gusta tanto de estar acá? Y más aún: ¿qué es lo que te gusta tanto de India?
Que difícil explicar esto cuando la mayor parte de esta respuesta son vibraciones.
Su cultura, su religión, sus templos, sus tiempos, su simpleza, sus historias, sus prioridades, sus escapes.
Como mujeres no podemos andar con la ropa que acostumbramos ni dejar nuestros cuerpos libres. Tenemos que nadar vestidas y por momentos los machismos y las cuestiones culturales nos asfixian tanto que de tanto en tanto necesitamos un break cultural.
Hasta algo simple como caminar es caótico, ruidoso y lleno de obstáculos.
Casi siempre todo lo simple se vuelve complejo. Todo suele estar un poco sucio y "desprolijo" para nuestros estándares de limpieza. Hay pilas de basura en medio de las calles y lugares donde la pobreza te cuestiona hasta los huesos. Situaciones que te confrontan con lo mejor y lo peor de vos mismo y con tus incomodidades más grandes. Situaciones en las cuales simplemente no sabes dónde ubicarte, ni que decir, ni qué hacer.
Desde cosas graciosas como ducharte con un baldecito con agua o no encontrar papel higiénico hasta cosas profundas, como construir respuestas que te permitan soportar cuando un niño o un anciano casi desnutrido viene a rogarte plata para poder comer.
Y el caos, que te da la bienvenida siempre, cuando en realidad la mayoría de la veces venimos a buscar paz.
¿Será por eso que cuando la encontramos vale doble o será que necesitamos el contraste para saber valorar?

Entonces, una vez más ¿qué me gusta de India?
Simplemente me gusta estar acá. Aunque casi me mata en varias ocasiones. Aunque a veces te fastidien las formas, se te agote la paciencia y quieras eyectarte hacia un lugar más “normal”. La mayoría del tiempo hay algo en mi alma que se siente a gusto.
La tercera vez que llegué a India venía de vivir dos meses en un país budista. Cuando llegué acá el caos, la pobreza, la basura y el tumulto de gente se me volvió pesado y me hicieron cuestionarme nuevamente qué hacía acá.
-¿Cómo podemos pensar en espiritualidad con tanta falta de cuidado?- pensaba.Como si para volvernos espirituales y conectar con nosotros mismos necesitaríamos estar en el lugar "perfecto". Hermoso pero inverosímil y sobre todo porque la perfección no existe- quizás sea que en realidad la perfección también incluye el ese otro lado: el equilibrio de las dos partes.-
Pero es que cuando asistís a un templo o a una ceremonia y pones en la balanza toda la espiritualidad, las historias y las sensaciones que te producen mirar a esa gente -aunque no la conozcas-, hay algo ahí que te atrapa. Hay algo que inclina una balanza mental que nadie activó, aunque tampoco entiendas como.
Y es que a veces no es que quieras quedarte, pero el punto es que no podes irte.
Queres seguir en esa burbuja de magia un poco más, donde el tiempo se detiene y nada parece más importante que lo que estás viendo. Porque poder ver la magia justo en frente de tus ojos es una sensación inexplicable y profundamente cautivadora.
Esos cantos, esos fuegos, esos mantras, esos rezos en un idioma que ni siquiera comprendes, que a veces se sienten como un “estar haciendo nada” pero en realidad es un estar presente. Ese hacer nada que a la vez lo es todo.
Esa posibilidad ser solo presencia.
Se vuelve adictivo. La devoción te penetra, te vuelve creyente, te moviliza, te emociona, te enciende, te enseña. Te devuelve a la vida después de tanto tiempo de vivir anestesiado. Para toda esa gente que se queja de la intensidad, acá la tenes por mil.
Las sensaciones te atraviesan, te hacen llorar sin saber porque, te hacen respetuoso, empatico, simple, te hacen sentir bendecido, te muestran la trascendencia.
Como si se abriera un portal y entraras en otro plano, el plano del espíritu.
Eso es India para mí.
Y escuchas palabras y guías, y montañas que te hablan. Y ves señales y te escuchas a vos mismo en todo ese caos, recuperando un lenguaje que no sabías que tenías.
Una reconexion y una celebración. Todo eso.

Ese mismo mes después de volver a India, pero a la India real, a un lugar bien local con exceso de intensidades, misticismo y fe, volví a sentirme en casa. Casi en forma natural me sorprendí a mi misma volviendo entre la noche con mi bicicleta hacia la calle principal del pueblo que antes aborrecía, a buscar un poco de esa masa de calor humano que peregrinaba por las calles cantándole a Shiva. Ese caos que ya no era tan caos, ahora era devoción, historias, momentos, admiración por la ideativa local, risas, rincones de relatos, emociones, fotografías. Creo que al final podría resumirse en esa sensación de estar vivo, de una pasión por la vida que contagia y que te hace creyente aunque no quieras serlo.
Todos los matices y colores de la realidad, sin ningún tipo de anestesia. Esos mismos matices que muchas veces te dan una trompada en la boca y otras veces te acercan a la realidad de otro mundo que fascina. Ese que parece una película de mil años atrás pero también la dicotomía del mundo real en su máxima expresión.
Las calles son caóticas, a veces olorosas y mayoritariamente intransitables. La gente te empuja sin impunidad. Sí, no piden permiso, no piden permiso para casi nada. Pero un día después de vivir acá un tiempo, empezas a percibir como los cuerpos se acomodan en ese caos, como si adquirieran una conciencia espacial colectiva tan tan despierta que alcanzan la capacidad mágica de no chocarse entre sí. Se organizan en los pequeños espacios libres. Se deslizan ordenadamente, casi rozándose pero en armonía sintónica, como si pudieran prever telepáticamente los movimientos del otro pero sin ninguna intención de hacerlo.
Después de que aprendiste eso, moverse en el caos resulta más fácil y hasta más intuitivo.
Increíble India. Rarezas, excentricidades, cosas sin sentido, devoción, extremos, milagros, simpleza. Ser. La poca o la mucha sensación de necesitar y la vida suspendida en el tiempo.
Las polaridades. La locura y la iluminación. Lo sagrado y lo absurdo. Lo espiritual y el negocio. Los Gurús y los impostores. El conocimiento y la ilusión. La trascendencia y los espejitos de colores.
A veces todo se vuelve insoportable, tanto que nos obliga a preguntarnos qué hacer con eso.
Por momentos nos da paz, otras nos obliga a enfrentarnos a las profundidades de la vida, de nosotros mismos, de que es lo bueno y de que es lo malo.
En ocasiones- muchas- nos hace crecer, otras solo suspendernos en una burbuja de tiempo y flotar. A veces simplemente vivir sin tanta mente y con más presencia.
Aberraciones y fascinaciones conviven con todas sus contradicciones pero esos magnetismos exagerados por el valor de lo diferente obnubilan, nos dejan con los ojos abiertos y el alma cómoda. Tanto que hay algo que no quiere moverse y se ancla a sí mismo acá, aunque “nosotros” sigamos mirando el reloj y la lista de tareas listos para levantarnos. "Ella" se queda y nos queda también, en este mundo de fantasías e infinitud de posibilidades del cual una vez que entras, por suerte, se hace difícil salir.

¿Será ese poder que tienen para simbolizarlo todo? ¿Ese poder para creer, crear y también para ver más allá? ¿Esa transmutación de sentidos? ¿Esa arrogancia que tienen para convertir? Convertir una vela en un deseo, una montaña en un Dios, un río en una madre que bendice. Una acción vacía en un ritual, una nada en un todo, un pedazo de cosa en un figura con forma. Un lugar común en un santuario, una banana en una ofrenda, un sahumerio en una purificación, una duda en fe, un vacío en significado... Porque lo más me gusta de India es eso: la creación de sentidos frente a la vacuidad del mundo moderno. Ese mismo mundo que tantas veces encuentro casi vacío.
-¿Qué haces acá?- pregunta la gente. -Vivo- contesto.- Como ustedes en sus países, pero yo acá. Acá tengo tiempo, acá puedo cultivar mi espiritualidad, mis prácticas, mis proyectos personales, mi mente, mis sueños. Básicamente puedo dedicarme a lo que me importa sin que el dinero se vuelva el comandante de mi barco. Puedo tener conversaciones profundas con la gente de cosas que me interesan, de la vida, de la muerte, de trascendencia y no solo superficialidades, frustraciones políticas y conversaciones de ascensor. Puedo dedicarme a cuidarme, a cuidar mi cuerpo, mi alimentación, mi conciencia, mis acciones, mi karma. Acá puedo vivir y también puedo soñar y hacer realidad mis sueños. Puedo vivir más despierta…acá puedo ser libre. Lo básico y lo que perdimos en muchas sociedades.
Acá me encuentro con otros seres, que también están en esta, la de salirse, salirse de algún lado y entrar en otro, que sin poner nombres, siempre por seguro está un poco más cerca de quienes somos.
Acá nadie te mira, pocos te juzgan y poco a poco vos aprendes a hacerlo un poco menos. Dejas de sentirte raro, loco, bohemio, desencajado y te encontras con personas con tus mismas preguntas, que hacen que las tuyas suenen más normales, más sabias y menos desquiciadas. Personas que transitan o transitaron a veces tus mismos caminos, esos de búsqueda, de curiosidad, de aprendizaje, de ilusiones, de inspiración.
Ellos, quienes vibran sin tener destinos fijos están abiertos a todo y por eso te llenan de vida y de posibilidades infinitas. Esos seres que rápidamente sin planearlo se vuelven tu tribu viajera.
Acá te movés liviano y encontras tu tiempo para vivir sin tantas preocupaciones ni tantos mandatos. Creas una nueva lista de prioridades, quizás más autentica, quizás solo distinta. Y claro que todo eso está dentro de uno, pero siempre el ambiente propicio ayuda, favorece, impulsa y estimula.

¿ENTONCES POR QUÉ TE GUSTA TANTO INDIA?
¿Qué más decir? Quizás todo esto suena estúpido, infantil y libertario, y quizás lo es, y ahí está la rebeldía. Probablemente debo haber vivido acá en otra vida porque mi alma se siente cómoda. A veces ni yo lo entiendo, a veces ya no me lo pregunto. A veces dejo de hacerlo y solo vivo, aun sorprendiéndome a cada momento de estar viviendo en esta peli de tiempo y libertades. Ya no intento explicarlo con los límites de la mente, porque ya entendí que las palabras no lo entienden todo. Ya aprendí a vivirlo y con eso me basta.
Lo que sí sé es que la mayoría de la gente que viene a India alguna vez, siempre vuelve, como al primer amor. Bueno, no todos, solo los afortunados.
Se los riesgos de estás tierras, que a veces son graciosos y otras no tanto pero creo que es el precio para tocar un poquito con tus propios dedos toda la luz de la magia del Universo.
Entonces, ¿Cómo no arriesgar?
Madre India. India Maa. Te agradezco y te bendigo, porque me has tocado, porque me has bendecido tú a mí.
Hari Om ૐ

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