top of page

Las enseñanzas del Dalai Lama

  • Foto del escritor: Ayelen Vittori
    Ayelen Vittori
  • 14 abr
  • 21 Min. de lectura

Actualizado: hace 15 horas


Me levanté a las 6 am, aún era de noche. Agarre mi mala- mi rosario budista- y una radio vieja que me permitiría escuchar las palabras tibetanas de El Dalai Lama en español. Llegué caminando. Mi “casa” está casi en la esquina del templo, solo hay que bajar una callecita 2 minutos caminando, el tiempo perfecto para conectar internamente con lo que estás a punto de presenciar.

Eran las 6.30 am y parecía temprano pero ya la calle principal estaba repleta de movimiento: monjes budistas, locales tomando chai, tibetanos comprando “katas”- estolas blancas para ofrecerle a Su Santidad- vendedores de barbijos y transeúntes yendo de aquí para allá. El aire estaba movilizado, como quien sabe que algo va a pasar pronto, como cuando tu perro sabe que lo vas a sacar a pasear: todos estaban preparados para lo que sucedería en unas horas y se podía sentir los cuerpos expectantes, cada uno resolviendo los últimos detalles para estar listo.


Entré al templo por la fila de extranjeros. Chequearon mis pertenencias.

-¿No celular?- preguntaron los de seguridad.

-No celular-  conteste.

-Good.


No está permitido entrar con el teléfono al templo cuando el Dalai Lama da enseñanzas, como si lo entendieran todo. Entonces realmente se vuelve un momento de conexión y presencia real, aquí y ahora. Cancelación completa de contacto con el mundo exterior por lo que dure todo ese momento, hasta que vuelvas a tu casa. Un regalo extra. Ajuste mi radio, esas con antena y ruedita para el dial. Las enseñanzas las da en tibetano, entonces la única forma de entenderlo a menos que estés aprendiendo lengua tibetana es conectar en tu radio con algunos de los diales en tu idioma.

Si hay buena señal, si estás bien ubicado, si no hay viento, si tu radio es acorde y tienes un poco de suerte, puedes enganchar algo con un poco de ruido. Creo que podría resumirse en si es o no tu karma recibir su bendición: la bendición de sus palabras.


Pensé que llegaba temprano, pero el lugar estaba repleto- creo que más que las veces pasadas… Probablemente porque hacía mucho que no daba teachings en el templo o quizás porque estábamos en un fecha propicia de celebración budista: Los 15 días de los milagros que culminan el inicio del Año Nuevo tibetano celebrado a fin de febrero y también la conmemoración de los 66 años del exilio forzoso del Tíbet a India. Todo junto. Sea como sea, siempre que Su Santidad da enseñanzas o ceremonias, Dharamsala es una fiesta. Si, una fiesta, como si fuera un cumpleañitos. Se respira desde que empezás a caminar hacia el templo, todo el pueblo lo sabe. Se notan los aires de festejo, que no están pero están. Como diría una amiga : “Es una fiesta, una fiesta interna”, al estilo budista.

-Mañana es un gran día- me dice Raj, el señor que vende fruta.

-Claro, es una bendición- le contestó, y la misma conversación se repite cada uno de los días que el Dalai Lama aparece en público. Siempre siempre, es un acontecimiento a celebrar.


Imaginate con que “poco” o con que mucho un día normal puede transformarse en un Gran día. Ir a escuchar las palabras de un gran maestro y no solo porque sea un “Gran Maestro” sino porque de repente, es TU maestro: te ha domesticado. Sus palabras son néctar para tus oídos, que lo entienden todo a través de él como si sus frases fueran agua clara y eso hace que con tan solo verle, se convierta en una satisfacción enorme. Solo verle, una bendición. Creo que la dificultad en nuestros tiempos- y mayormente en nuestros mundos- es encontrar al maestro indicado, a tu propio Gurú que te guíe en el camino de la práctica espiritual, algo enormemente necesario. Hemos perdido tanto la fe, nos cuesta tanto cultivar esa devoción y hay tanta comercialidad dando vuelta queriendo vendernos cosas, que eso se vuelve un trabajo difícil. Aún no he encontrado un Gurú vivo en India pero sin duda el Dalai Lama es para mi es ese Gran Maestro y lo supe después de la segunda vez que lo vi- y la tercera y la cuarta, y luego la quinta-, porque cada una de esas veces al instante de sentir su presencia lloré como el primer día. Ese gran líder espiritual, ese que sus enseñanzas me son tan calmas e inspiradoras que me señalan un camino próspero y sencillo para mirar la vida.



¿Quién es el Dalai Lama?



No todos conocemos bien su historia ni quien realmente es, por lo menos yo no lo sabía tanto antes de pisar India por primera vez.

El Dalai Lama es el líder espiritual del pueblo tibetano. En su propia lengua, significa "océano de sabiduría" y eso es lo que él emana: una sabiduría alegre, sencilla e infinita que de tan simple te traspasa hasta los poros. Sí, todavía alegre y esperanzadora, incluso después de todo el sufrimiento indescriptible que él y su pueblo han atravesado, que como una daga, en vez de vencerlos los ha hecho más fuertes.

Según la tradición, la figura del Dalai Lama es la reencarnación del Buda de la Compasión -Avalokiteshvara-, una de las figuras más importantes del budismo Mahayana. Un ser iluminado- un bodhisattva- que ha elegido resignar el nirvana ( la paz suprema) y volver a reencarnar en este mundo para guiar a todos los seres sintientes en la liberación de su sufrimiento. Esa es la misión de Tenzin Gyatso, él 14º Dalai Lama, la 14º reencarnación. Fue encontrado a los 2 años y reconocido como tal (1) y ha tenido que asumir muy prematuramente su rol, con tan solo 15 años, nada más y nada menos que frente al terrible acontecimiento de la ocupación China en el Tíbet: la masacre real y simbólica de su pueblo. El gobierno chino ha efectuado una de las matanzas a monjes y civiles más significativas de la historia con el fin de extinguirlos como país, como cultura y principalmente como religión.

Luego de ver en peligro su vida y la continuidad de su pueblo, Tenzin Gyatso huyó disfrazado junto a quienes, como él, pudieron escapar. Prefirieron vivir en el exilio antes que no poder ejercer con libertad su tradición y sus prácticas religiosas, que para ellos lo son todo. Así cruzaron los Himalayas a pie bajo condiciones terribles e inimaginables y luego de dos semanas lograron llegar a India, donde el Presidente Nehru los recibió y les ofreció asilo politico. Desde ese momento el Dalai Lama vive aquí en Dharamsala, en los Himalayas indios, entre bosques de pinos y montañas, donde estableció su gobierno tibetano en el exilio, donde tiene su templo, una gran parte de su comunidad tibetana, y donde afortunadamente vivo yo ahora.


Su pueblo en Tíbet aún al día de hoy tiene prohibido escapar como también hablar su lengua, ejercer su cultura y obviamente practicar el budismo. Son controlados punitivamente por cámaras filmadoras las 24 hs en toda la capital de Lhasa. Miles de niños han sido separados de su familia y enviados a India para que puedan ser libres y básicamente, tibetanos. Los que han quedado en Tíbet son enviados a escuelas chinas para expropiarles completamente su cultura de raíz. Durante años muchos se han inmolado como repudio al gobierno chino, pidiendo por libertad y sintiéndose presos dentro de su propia "casa", que por supuesto, ya no lo es. En el exilio, los tibetanos siguen haciendo todo por preservar su cultura, su lengua y las prácticas budistas. Los días miércoles solo hablan en tibetano y visten sus ropas típicas. Sus tradiciones son lo que los mantiene vivos, que es por lo visto, lo que jamás podrán arrebatarles. Eso, su sonrisa, su amabilidad y su inigualable capacidad de compasión, que se levanta como un gran estandarte en medio de la oscuridad.

Desde 1959, el Dalai Lama sigue pidiendo en forma pacífica por la libertad del Tíbet y de su gente -ahora como Premio Nobel de la Paz -, sin perder las esperanzas de algún día poder volver a su tierra. A pesar de todo ese desgarramiento infinito y una herida enorme que sigue abierta, ni él ni el pueblo tibetano nunca nunca nunca han perdido su sonrisa.


Enseñanzas del 2 de abril de 2025.


El lugar estaba repleto. El templo del Dalai Lama tiene un patio techado bien grande con dos escaleras que conducen a un segundo piso más pequeño, donde él ocupa la Gran silla cuando tenemos el privilegio de escuchar sus enseñanzas, que no es todos los días. Al día de hoy tiene casi 90 años y si bien su espíritu esta intacto está grande, entonces ahora más aún es un verdadero regalo doble. Todos estaban ubicados esperando su llegada. Tímidamente empecé a pedir permiso y subí las escaleras. Ya tenía premeditado donde me sentaría: en frente suyo en el piso superior donde está la Gran silla desde donde siempre habla. La última vez había podido verlo desde ahí en vivo y en directo a menos de 10 metros de distancia. Pensaba repetir la misma suerte.


Todos los monjes estaban sentados sobre sus colchoncitos en el piso cuidadosamente preparados. Me senté en un hueco vacío en medio de todos los niños monjes. Yo era la única que desentonaba entre las túnicas budistas color bordo. Cerré los ojos y empecé a meditar esperando que llegara Su Santidad. Siempre es un momento terriblemente especial, - como si pudieras ver a Dios dando un discurso-, pero a la vez se siente tan pacifico y tan cotidiano como una ceremonia de pueblo. Como ir a la casa de un vecino, donde te sentís tan a gusto que sabes que cualquier cosa va a estar bien, porque ya está todo bien en esa burbuja. Eso es lo que uno siente cuando entra en ese espacio, la energía te invade por completo, por eso luego es tan difícil irse. Los monjes empezaron sus cantos en lengua tibetana. Algo que se asemeja a unas melodías de sonidos guturales muy muy graves, que son rezos y mantras pero también profundas vibraciones que purifican el karma negativo y tu mente toda. Los cientos de monjes y monjas cantan y se balancean de izquierda a derecha suavemente, mientras sostienen sus rosarios y mientras sus palabras inundan el aire. Eso solo ya es una experiencia casi hipnótica y adictiva. Así que ahí me quedé, meditando en ese universo del bien.


De repente todos se levantaron del piso y comenzaron a hacer postraciones - inclinaciones completas en el suelo como símbolo de respeto y entrega ante el encuentro con los grandes maestros-. Las hago también y me siento esperando que Su Santidad, pasito a pasito, con el ritmo de un hombre mayor que camina junto a dos acompañantes que lo sostienen, se deslice bendiciendo gente desde la entrada hasta el piso superior. Desde donde estaba sentada no podía verlo entrar, solo esperar a que llegara por el ascensor hasta su Gran silla.

De repente todo mi cuerpo empezó a erizarse y empecé a llorar, como siempre, como las tres veces anteriores que estuve aquí frente a él. Incluso aunque no pueda verlo físicamente aún, es como si mi cuerpo ya sintiera su presencia y ahí es donde me doy cuenta de dos cosas: que indudablemente en otra vida he sido budista y que el Dalai Lama tiene una energía inmensa e indescriptible. 


Una sensación de emoción y paz me desborda, se convierte en agua e irrumpe al llanto, que sale hacia afuera aunque tenga los ojos cerrados. Esa intención de hacer todo lo posible por conservar esa experiencia suprema intacta en el tiempo lo más posible. Un estado de presencia sublime, un momento de amor que rebalsa el cuerpo físico, unos instantes de solo agradecimiento por estar ahí viviendo eso, puro, impoluto, donde el tiempo se detiene, donde se detiene todo cuando estás en presencia de un ser así.


Agacho la cabeza como todos con profunda devoción. Pongo las manos en rezo y siempre me quedo inmóvil absorbiendo tanta inmensidad emocional, yo y el resto de los miles de personas de alrededor. No vuela una mosca en ese momento, todo es silencio, respeto y admiración. Todos estamos asimilando la tremenda bendición de estar ahí.



Unos cuantos minutos después, escucho una voz por los altoparlantes. Era él, ya estaba hablando, pero no desde su lugar de siempre, porque su Gran silla seguía vacía: ¡Habían cambiado su asiento! y ésta vez estaba hablando desde la planta de abajo. Me quedé sorprendida, porque ahora incluso sin verlo me había quebrado en llanto, es decir que había podido sentir su presencia y su energía de una forma aún menos sensorial.

Todos estábamos expectantes por verlo, por supuesto, pero sin embargo nadie se sobresaltó por ese cambio, nadie de movió de lugar, nadie se perturbó.

Por un segundo, imagínense tener al “Papa” delante de ustedes y ser muy creyentes…¿Qué harían? Supongo que tratar de aproximarse lo más posible a él, imagino, quizás empujar un poco quizás para eso, adelantarse o intentar acercarse para tener de alguna manera algo de su bendición o algo de su magia.

Aquí nadie se movía. Nadie empujaba, nadie se alteraba. Todos permanecían en sus lugares con una devoción y una imperturbabilidad que daba envidia. Desapego y templanza, en vivo y en directo, no solo en los libros.


Entre 5000 y 7000 personas, cada uno con sus malas, sus “ruedas de oración” con forma de sonajero, sus katas en la mano, inmóviles, mirándolo y sintiéndolo con profundo respeto, en forma directa o a través de las pantallas de televisión que transmitían cada uno de sus pasos. La calma de la situación era una invitación a la contemplación. La sensación de contentamiento: todo es perfecto así, justo como es ahora, no había que perseguir nada más, no había que perseguir nada, ni incluso a él.


Desde su silla alta, con sus dedos juntos y una gran estatua de Buda dorado a sus espaldas comenzó a hablar. Esta vez, como cierre de Los 15 días de milagros budistas (2), su enseñanza inició con una parábola contenida en los Cuentos de Jataka, las narraciones que relatan las vidas anteriores de Buda: « Un barco de mercaderes que atravesaba el océano en búsqueda de comercio es atrapado por una gran tormenta, que los captura por completo. Durante la travesía, el barco va pasando por distintos mares: primero un mar agitado con olas enormes que los aterrorizó  profundamente. Luego un mar color rojo, incansable y temeroso como el fuego. El sabio que navegaba con ellos, les daba señales de peligro y les decía que retornen, que cambien el rumbo, pero los mercaderes no podían, la tormenta era demasiado fuerte. Poco a poco, el mar se iba calmando tornándose de color amarillo, luego verde-campo y más tarde verde esmeralda, hasta que de repente, a lo lejos se empezó a escuchar un sonido a agua profundo, como una catarata gigante hacia al infinito.

Los mercaderes preguntaron al sabio que iba a pasar.

-Me temo que ya es muy tarde, que estamos en un lugar de no retorno, ya no hay nada que hacer.

Los mercaderes imploraron al sabio algún tipo de ayuda. El sabio los miraba desconcertado.

Después de pensar un rato, dijo:

-Quizás queda una última esperanza, pero va a requerir TODO de ustedes…

-Claro, haremos lo que sea- contestaron los mercaderes,desesperados… »


Y ahí, cuando todos estábamos en el templo luchando con la radio, la sintonía y la traducción esperando por la conclusión de la parábola, Su Santidad dijo: -Hasta aquí por hoy….

Sí, yo también quería saber como terminaba el cuento, sin embargo pronunció otras palabras, que fueron aún más significativas:

- Pensamos que estar acá en India, viviendo la vida en el exilio es difícil, ¿no? Sí claro que es duro, pero hemos sido afortunados de tener la posibilidad de exiliarnos y seguir aquí con vida, porque aun mientras estemos vivos tenemos esperanzas. El exilio nos ha dado la posibilidad de enseñar el Dharma, las enseñanzas de Buda al mundo entero, a personas que nunca antes habían escuchado de budismo y esta tarea sólo fue posible de esta manera. Esta gran misión que nos ha llegado es una bendición. He tenido la posibilidad de hablar con muchos científicos sobre la psicología budista y ellos han estado felices de los aportes que el budismo le hizo al saber científico. Ha llegado a muchísimos extranjeros que vienen a estudiar sus enseñanzas- y una lagrima caía por mi mejilla mientras miraba la pantalla casi sin pestañear, con mi mala en la mano, mi radio y una inmovilidad inerte como quien tiene a un semidiós enfrente- Se nos ha regalado una gran tarea enorme”

La gente aplaudió. A nadie le importó el final de la parábola, sus propias palabras eran mucho más valiosas. Le arrimaron un fuego y comenzaron a ofrendar distintas especias mientras los monjes retomaban los cantos. Después de un rato, Su Santidad continuó: - Estamos en Los días de los Milagros y si hubiera que decir algo sobre cómo vivir la vida en relación al budismo, diría que lo más importante es la Bodichita (3). Cada día ni bien me levanto pienso en la Bodichita, pienso en que todo lo que haga será para beneficiar a los demás seres y eso es lo que me da toda la energía y el poder que necesito transitar para cada día.



Una de las mayores diferencias del budismo tibetano- Mahayana- y el budismo Theravada (de otras regiones de Asia como Thailandia y Sri Lanka) es el énfasis en la compasión por el resto de los seres sintientes como el pilar central de la práctica espiritual.

Desde que empecé a estudiar budismo me había generado una profunda admiración esta idea. ¿Cuántas veces nos cuesta hacer cosas por nosotros mismos? Cuánta presión, exigencia, ego, preguntas, incertidumbre, pereza nos da a veces el camino propio. Ahora… ¿Te has visto cuando haces algo por los otros? por alguien querido, desde lo profundo del corazón, cuán fácil, amoroso y puro se vuelve todo. Como cuando tienes un regalo sorpresa que ha sido bien premeditado para alguien, que no importa cuánto has gastado o cuanto empeño le has puesto, porque solo te imaginas la cara de felicidad que el otro va a poner cuando lo reciba y eso solo ya lo vale todo la pena. Y a veces, incluso ni siquiera importa como el otro responde, porque ya ha hecho efecto: ya tu alma se ha expandido de generosidad conteniendo esa sensación de amor puro y altruista. Y muchas veces, tampoco importa quien es el otro, porque ese sentimiento logra divorciarse del mero apego hacia alguien querido y se extiende a seres que no conocemos tanto, pero que en esa ampliación de conciencia, pueden entrar también en nuestro campo.

Nuestras preguntas y nuestras trabas egoístas absurdas se corren a un lado si eres lo suficientemente capaz de poner al otro como prioridad, aunque sea por un ratito. Bueno… algo esas sensaciones es como se siente para mí la compasión. ¿Lo has experimentado alguna vez? 

Ese “hacer las cosas para un otro” muchas veces nos hace las cosas más fáciles. Nos da un motivo mucho más grande que nosotros, mucho más importante y -a mi parecer - tremendamente más poderoso. Casi invencible diría, porque no lo haces por solo una persona que en este caso sos vos mismo, sino que lo haces por una, dos, diez, cincuenta, cientos, miles de personas. Lo haces por una causa, por valores, por sentidos, por conciencia, por amor, por altruismo, por compasión. Yo me lo imagino como miles de personas atrás mío, miles de contornos de cuerpos, de sombras, levantando su puño, dándome su fuerza. Esa que quizás creo que no tengo, pero que cuando la sacó de lo profundo de mis entrañas- que quizás son las de todos- se vuelve imparable, para hacer con todo mi ser, un bien mayor. Cerrá los ojos un segundo e imagínate toda esa energía. ¿Podés sentir todo ese poder?


Así es como yo visualizo esa fuerza de la compasión. Un combustible infinito, que nos llena de energía y nos impulsa a un acto más grande. En esa expansión, desaparecen las nimiedades y nuestras dudas egoicas, porque probablemente justo en ese momento es donde nuestro ego se achica un poco, se corre del centro, y por una vez no actuamos en nombre propio, lo hacemos en nombre de ellos y el “ellos” tiene una fuerza infinita.

Creo que esa es la fuerza de las causas justas, de los hombres normales, pequeños, simples, que han logrado cosas imposibles, impensadas, revolucionarias. No por el bien personal de ellos mismos, sino por la profunda compasión, altruismo, amor por los otros y por las causas justas. El Che Guevara , Mahatma Gandhi, Marthir Luther King, Maria Teresa de Calcuta… El Dalai Lama.


Memorial de Mahatma Gandhi, Dharamsala.

Cuántas veces me levanto a la mañana cansada, queriendo no levantarme o dormir un poco más, ya agotada mentalmente por la rutina que se viene en mi día.

Imagínate tener la capacidad de ver ese día como un regalo, como la posibilidad de dar lo mejor de ti en beneficio de los otros, desde tu pequeño o gran lugar, desde donde estés. Trata de percibir cuán tremenda motivación y misión tienes en frente. Porque no te levantas para hacer tus pequeñas cosillas de mierda que solo son relevantes para ti- y probablemente algo de tu cuerpo lo sabe-, te estas levantando para hacer del mundo, desde tu humilde lugar, un lugar un poquito mas hermoso, un poquito más vivible, un poquito más amable. 

Wow, que tremendo poder, ¿no? y casi nunca lo usamos...



Cuando empecé a interiorizarme en el budismo me costaba entender porque hablaban tanto de la compasión. ¿Por qué era tan importante entre todas las otras cualidades bondadosas?  Amor, perdón, gratitud, alegría, generosidad… ¿Por qué tanto compasión, compasión, compasión? 

Me llamaba la atención y a la vez, probablemente era una de las virtudes que más me costaba comprender. No entendía porque ayudar tanto tanto al otro podría darme mas felicidad a mi misma, hasta que un día como insight me apareció esa imagen, esa tremenda fuerza a mis espaldas, ese empuje que no era propio pero que me atravesaba y me hacía actuar desde otro lugar, con más determinismo y más decisión. Y luego, después de efectuar la acción, en vez de sentirme cansada o con menos pertenencias por lo que sea que había dado, sentía satisfacción y paz. Más liviana, seguro con menos apego… y parece que eso pesa. Quizás deberíamos hacerlo como un un ejercicio diario, como lavarnos los dientes, para recordar la verdadera naturaleza de vida y la dirección en el cual caminamos.


Muchas veces me pregunto si lo que hago vale realmente la pena. A veces titubeo, me invaden las dudas, la ansiedad, las incertezas, las preguntas. Cuando puedo ubicar que quizás algo de lo que hago puede tocar mínimamente el corazón de otra persona en cualquier forma inesperada que lo haga, trabajo sin respiro, como una hormiga, con un placer que me desborda, con una energía que no tengo, con un apuro real por terminarlo antes y ahí mi ego desaparece, y ahí, casi sin darme cuanta, avanzó a pasos agigantados.

Entonces la compasión no es solo para el otro, también- y probablemente en el fondo-, es para uno y por la conciencia propia. El otro nos está dando una oportunidad enorme de encauzar nuestro camino, para crecer en nuestro desarrollo espiritual.


"Si cultivas una buena actitud, tus enemigos se convertirán en tus mejores maestros espirituales porque su presencia te dará la oportunidad de desarrollar y ampliar la tolerancia, la paciencia y la comprensión. Si quieres que otros sean felices, practica la compasión. Si quieres ser feliz tú, practica la compasión. El amor y la compasión son necesidades, no lujos. Sin ellos, la humanidad no puede sobrevivir. El verdadero cambio en el mundo solo vendrá de un cambio de corazón”

Dalai Lama.




Parte 2: Escenas tibetanas


Durante la celebración- porque esa es la mejor palabra que la define- los monjes reparten comida y todos compartimos juntos el desayuno- incluso Su Santidad desde su silla enorme y con las cámaras delante-. No es solo un desayuno, en un acto simbólico de profunda unión, hermandad y cercanía, donde se ve la infinitud de la abundancia espiritual en forma de ofrendas y comida que pasan para todos lados. Muy rápidamente te sentís como hermanos con quien tienes al lado, pensás en que está necesitando ( ya sea más espacio, una tacita para el chai, o ayuda de algún tipo). Como si fuera un baño de energía que nos pone más sensibles y más receptivos, empezamos a mirar más a los otros- cosa que a menudo olvidamos-, se borran todas las diferencias de países, aspectos y religiones y se instala un puro compartir. Los monjes reparten tacitas-bebe y pasan con pavas metálicas enormes ofreciendo té tibetano-, un té muy particular con bastante manteca, leche y sal-. Luego reparten platitos de cartón que van cargando con arroz con pasas, mientras empiezan a girar canastas enormes con frutas, galletas, panes y jugos que revolean con destreza entre la gente para que a todos les llegue su parte. Es una fiesta de amor y entrega.

La residencia donde vive el Dalai Lama se llama Monasterio Namgyal y esta ubicado en Dharamsala- una la cuidad de al norte de India- en un pueblo sobre la montaña misma llamado Mc Cleud Ganj. La parte del templo abierto al público es un lugar grande que ocupa una manzana completa. Tiene tres pisos y muchos espacios abiertos rodeados de pinos, estupas budistas y vistas hermosas. Hay varios recintos con estatuas enormes de distintos Budas en color oro, las infaltables ruedas tibetanas de mantras en metal para hacer girar y un cuarto para encender velas de aceite- la cantidad de que quieras- y pedir deseos. También tiene el mejor patio de baño de hombres que vi en mi vida, donde los monjes se juntan a charlar y desde donde tenés una postal increíble de los Himalayas nevados y de todo el pueblo de Mc Cleud Ganj enclavado en la montaña. Aunque soy mujer iba siempre a sentarme ahí a admirar toda esa belleza junta mientras los aguiluchos sobrevolaban los pinos. Nunca estuve en el Tibet, pero puedo decirte que este templo está en el medio del paraíso.


Podría quedarme horas describiendo todas las escenas que uno ve a su alrededor mientras la ceremonia transcurre, quizás una de las partes más hermosas de estar ahí, entre ellos. Muchos tibetanos aprovechan la ocasión para vestir sus llamativos trajes tradicionales- chuba- , como quien de verdad se prepara para un verdadero cumpleaños. Son unas túnicas hermosas de telas y colores brillantes que a veces dejan al descubierto un hombro y suelen estar acompañados de una faja, muchas veces repletas de medallas y adornos de bijouterie tibetanos. En las mujeres toman la forma de vestidos con mangas anchas ajustados en la cintura dándole un toque de sofisticación y feminidad hermoso. Las más ancianas visten polleras largas con sus delantales rayados coloridos y sus malas -rosarios- siempre girando al compas del Om mani padme hum, el mantra budista por excelencia:

Om ॐ → Generosidad 

Ma म → Ética 

Ni णि → Paciencia 

Pad पद् → Esfuerzo diligente 

Me (् मे → Concentración 

Hum हूँ → Sabiduría 

 

Muchas de ellas sostienen infaltablemente sus ruedas de oración para rezar: una rueda de mantras sobre una palito que mantienen en contante movimiento circular para esparcir sus oraciones en el aire. Y ahí están, con sus caritas alargadas repletas de arrugas y su rueda de oración que no sueltan ni un segundo, aunque con la otra mano deban sostener su propio cuerpo por medio de un bastón. Esa es otra forma de rezar.

Conmemoración de los 66 años de la ocupación del Tíbet

Por supuesto, está lleno de monjes tibetanos por donde mires, todos sentaditos en sus colchones comunitarios para aguantar largas jornadas de ceremonias en el templo, con sus hojas rectangulares de mantras para recitar los cantos. Todos vienen a escuchar Su Santidad, así que hacia donde mires vas a ver el bordo y amarillo de sus túnicas. Los niños mini-monjes de medio metro de altura corren por los pasillos acomodándose sus túnicas mientras le hacen alguna picardía a su compañerito de al lado.


Entre todo eso también aparece algún turista nuevo, probablemente recién llegado, mirando para todos lados con un niño en una juguetería, con la boca abierta y el corazón en la mano. Igual que mi ser interior, solo que ya después de 2 años aquí externamente lo hago con un poco más de disimulo pero con la misma admiración que el primer día, como si nunca dejarás de maravillarte, porque sin dudas esa es la sensación que siento en India cada día y seguramente el mayor regalo que me hace seguir estando acá.

No se si he logrado transmitirte un poco de lo que se vive aquí, porque realmente gran parte de la belleza de todo este mundo y del aire es indescriptible. No creo ser capaz de representarla en palabras porque es demasiada y entonces una tarea muy ardua para una principiante, pero no dejo fascinarme ni un segundo de toda la escena que me captura.

Nos deja atónitos, pidiendo más, celebrando lo distinto, eso que no conocemos bien pero nos enloquece. Quizás por eso viajamos y por quizás eso, en la misma vuelta recíproca podamos apreciar más nuestras familias y particularidades en la distancia. 



El tiempo se detiene completamente para mí en un momento así.

La calma te inunda, te acoge, te atrapa, te deja ahí sin poder irte aunque todo haya terminado, porque de repente surge una sensación de que nada importa más que estar acá. Quizás es el budismo entrando por los poros como micropartículas del bien, el mensaje de que no hay ningún otro lado al cual ir, de que todo es perfecto así como es: esto, acá, ahora. Como si de repente todo se bastara a sí mismo, que esto es todo, que todo está acá, que esto es suficiente. No hay otra cosa qué hacer ni nada más en que pensar, solo admirar la propia paz que hay en tu cabeza en este momento, que solo eso, en el mundo en que vivimos se convierte en un milagro. De repente todo se vuelve claro, transparente como un cristal, como si pudieras ver la perfección de la realidad sin nuestros pensamientos recurrentes que lo empañan, como si pudieras ser testigo de algo mágico: la vida.


Así que ahí me quede, en ese primer piso mirando el templo lleno, mirando la gente desde arriba, las escenas de cada día y mi propia mente descansando en paz. Escribí esto en una baranda sobre un papel hecho un bollito. Admire la paz, mi alegría, mi sensación de felicidad, de amor, de hermandad, de contentamiento. Extrañe un poco a mi familia y volví a agradecer, como siempre, por lo que estaba viviendo. No quería irme del cumpleaños. Me quería quedar con todos ellos un poco más, porque así se sentía, como estar en familia los domingos, mientras uno raya el queso y el otro pone los fideos en el agua, siendo parte de una comunidad enorme y amable, donde ellos te tienden las manos abiertas. Esas manos que tanto sufrieron, a vos, que tantos privilegios tenés. Así te muestran sin hablar que la esperanza también existe, aunque lo hayan perdido casi todo.


«Dale a tus seres queridos alas para volar, raíces para volver y razones para quedarse. A veces las cosas salen mal, eso es normal, pero tenemos un dicho en el Tíbet: 'Nueve veces fallas, nueve veces lo vuelves a intentar»

Dalai Lama.


Larga vida a Su Santidad. Bendecida de poder transmitirles estas palabras



Notas


(1) Los tibetanos creen en la reencarnación, por eso cada Dalai Lama es la misma conciencia del primer Buda de la Compasión que renace en otro cuerpo para continuar su misma tarea: salvar a la humanidad. El trabajo de su predecesor, es en realidad es el de él mismo. De entre todos los niños que nacen en Tibet en el periodo correspondiente según las escrituras, el Panchen Lama es la figura encargada de encontrar al Dalai Lama en el niño reencarnado. Lo hace por medio de señales, meditaciones, presagios y objetos del predecesor que le son presentados al nuevo niño en una evaluación exhaustiva para comprobar si puede o no reconocerlos como propios. Así lo encontraron a Tenzin Gyatso en medio de una aldea humilde de campesinos al norte de Tíbet, quien luego sería llevado al gran monasterio de Lhasa- ex Capital del Tíbet- donde comenzaría desde muy pequeñito una educación espiritual, filosófica y religiosa muy intensiva a la altura de su función. 🔙 (2) El Chotrul Düchen en tibetano o Los 15 días de milagros budistas, es una celebración que tiene lugar  durante los 15 días posteriores al Año Nuevo Tibetano (Losar) celebrado en febrero/marzo según su calendario lunisolar tibetano.

Durante este tiempo, Buda realizó milagros cada día para inspirar fe en sus discípulos y se dice que cualquier acto virtuoso que se realiza en estos días se multiplica por cientos de millones de veces. Entonces es un momento más que auspicioso para la meditación, la ofrendas, la prácticas de espiritualidad y compasión. 🔙

(3) El concepto de la Bodichita es el corazón y el propósito último del budismo tibetano de tradición Maharana, y una de las nociones principales que la diferencia de la corriente budista Theravada. Es la intención profunda y sincera de alcanzar la iluminación no solo para uno mismo, sino para ayudar a todos los seres sintientes a liberarse del sufrimiento. Es el eje de la tradición tibetana y esa motivación está presente en todas y cada una de las prácticas:“Que todos los seres sintientes sean libres del sufrimiento y de las causas del sufrimiento” es el mantra que se repite una y otra vez al comienzo de cada acción. De ahí que la compasión sea uno de los ejercicios más importantes y la bodhiccitta la herramienta más poderosa para transformar el egoísmo en amor puro y altruismo.🔙



*Las fotos del Dalai Lama han sido extraídas de su Instragram oficial @dalailama

Comentarios


lo random de la vida .jpeg

¿Te ha gustado?


Invitame un Cafecito  para seguir compartiendo magia


Tambien podes apoyar mi contenido a traves de Paypal  

Website designed & developed by Gs7 | Exclusive content by AV Copyright © 2024. 
All Rights Reserved.

bottom of page