La bendición real del Dalai Lama
- Ayelen Vittori
- 6 may
- 14 Min. de lectura
Actualizado: 3 jun

Se cumplían 3 meses desde que estaba en Dharamsala. Mi visa expiraba, tenía que salir de India pronto. Había intentado muchas veces tener una audiencia pública con Su Santidad. Había enviado varios mails y en todos me lo habían denegado por diferentes motivos. Después de insistir un poco, decidí que ponerme a discutir con un monje detrás de una computadora para conseguir un lugar me alejaba del verdadero sentido. Entonces me resigne, porque si tenía que ser iba a ser. Y ahí cuando lo solté, sucedió, como suele pasar.
Había visto al Dalai Lama cuatro veces ya en las enseñanzas abiertas que da en el templo rodeada de miles de tibetanos. Cada una de las veces me había sentido bendecida. Mi llanto al verlo y la energía que recibía eran para mi un regalo enorme. Pedir medir más aún era de angurrienta.
Tres días antes de irme del pueblo y ya habiéndome resignado pues lo había intentado todo, recibo un email diciendo que me harían un lugar para una audiencia con el Dalai Lama, pero para la semana próxima.
-Es una broma...— pensé-— semana próxima ya me fui. Hace tres meses que estoy intentándolo, ¡y me dan una fecha para cuando ya me fui!— Algo así intenté transmitirle al monje por correo electrónico, con un poco más de respeto pero con los mismos aires de frustración. Sin esperanzas, atiné a pedirles si me podían dar un lugar antes. En mi mente ya lo había soltado, había construido un argumento superador: decidí que era mejor practicar el desapego, contentarme con todo lo que ya había vivido y rezar aún con más fuerza por la larga vida al Dalai Lama, para volver a verlo cuando sea el momento.
En el fondo creo que me daban muchos nervios tenerlo cara a cara.
¿Qué hacer cuando estás adelante de alguien así?
Como si tuvieras a un Semidiós enfrente.
Para los budistas, el Dalai Lama representa la mismísima reencarnación del Buda de la Compasión— Avalokiteshvar—,entonces visto desde estos ojos no es alguien común y corriente, es un ser Iluminado: un Buda que alcanzó la Iluminación— el nirvana — y así y todo decidió volver a reencarnar en este mundo para ayudar a todos los seres sintientes a liberarse del sufrimiento.
Desde que conocí el budismo dos años atrás cuando llegué a India, empecé a entender que algo en mi alma era budista. Había emociones y sensaciones en mi cuerpo que no me pertenecían, o quizás, sin saberlo, me pertenecían demasiado.
Entonces, el Dalai Lama es eso para mí también.
Imagínense tener a alguien así cara a cara. Para mí mente era demasiado.
Esa mañana había ido a lo del Rimpoche, un maestro budista que daba clases en la esquina del templo. Cómo me había mudado a Dharamkhot, el pueblito de arriba en la montaña, ya no bajaba tan seguido como antes. Volver a ese cuarto pequeño con 7 personas, todos sentados en el piso escuchando las enseñanzas del monje se sintió hermoso. Y ahí con un librito de mantras tibetanos en las manos sentí una extraña necesidad de chequear mis emails. ¿El monje de la Oficina del Dalai Lama me habría respondido?
Por debajo de la mesa pequeña sobre mis rodillas, abrí mi casilla de correo y ahí estaba la respuesta desde el templo. Decía:
"Bueno, entonces te haremos un lugar este miércoles" ( ¡o sea pasado mañana!)
Una sonrisa se me instaló en la cara. Algo adentro mio lo había sentido, pero ya no era una sensación de ansiedad sino una profunda gratificación. Se me cayó una lágrima, como esos momentos de insight dónde lo comprendes todo. Me había desapegado, me había "rendido" al flujo de la energía y había construido un saber más elevado. Me había aferrado a argumentos más altruistas, de contentarme con pensar que quizás mi lugar lo ocuparía alguien que lo necesitara más que yo, porque la verdad era que yo ya había recibido bastante. Y ahí luego de realizar todo eso, como un trofeo de felicitaciones llegaba la recompensa que no esperaba: esa oportunidad tan esperada venía a mí.
Funcionó porque lo había resignado.
Así es a veces como llegan mejores las cosas, cuando las soltamos porque ya aprendimos. Entonces no las tomamos por necesidad sino por puro obsequio de merecimiento. Y así, su valor es doble.

Wow. ¿Cómo prepararte para eso? Seguramente solo meditando.
Estaba nerviosa. ¿Qué decir o qué hacer en un momento tan especial?
La mente como siempre queriendo tomar el control, queriendo sacar la mayor cantidad de ventajas posibles, cuando en realidad el "que hacer" se parecía más a abrirme, a dejar que lo que tuviera que pasar pase y tratar de estar lo más tranquila posible para recibir aquello que sucediera. Ese miércoles me levanté bien temprano y medité en eso.
Las cuatro veces que lo había visto en las enseñanzas públicas a una distancia considerable había empezado a llorar, a veces incluso sin llegar a verlo.
¿Iba a poder sobrellevar el tenerlo enfrente?
El Dalai Lama es una persona que admiro demasiado. Tengo una conexión muy fuerte con Él desde la primera vez que lo vi. Su historia, sus palabras y sus acciones me han tocado e inspiran mi forma de ver la vida.
Una amiga argentina también budista que vive en Dharamsala hace varios años me había dicho que prepare una intención, y alguna pregunta si quería también.
Esta vez mi intención era muy clara. Hace bastante que ya tengo menos que pedir y mucho para agradecer. Lo primero que se me vino a la mente y lo que ya estaba ya impreso era poder mirar mi proyecto de escritura de una forma más altruista. Salir de mi mente egocéntrica y poder mirar más allá, que mis escritos puedan hacerle bien a quien lo lea y que ese motor se convierta en mi mayor fuerza. Por otro lado, había un deseo personal muy antiguo: encontrar a un compañero con quien compartir la vida genuinamente y vivir una vida simple disfrutando de todo eso. Sencillo, o quizás no tanto. Esos eran mis deseos más reales de hoy, así que eso llevé.
¿Y la pregunta? ¿Qué le preguntarías a un ser iluminado? Quizás con la mente muchas cosas, pero desde el corazón no tenía nada que necesitara una respuesta. Tener la posibilidad de verlo ya era más que una bendición ¿encima iba a llevarle una pregunta? ¿Con todo lo que ya me había dado, con todo el saber que nos transmitía, con su vida como ejemplo? Sentía que me lo había dicho todo. ¿Qué preguntarle? Mi alma rebosaba de amor, uno que era pura gratitud y aunque mi cabeza se esforzaba en aprovechar la tremenda oportunidad que tenía adelante para pedir—más — no aparecía otra cosa que agradecimiento, y eso también me decía un montón, así que eso también lleve.
Esa mañana me arreglé con tanto amor como hacía tiempo que no lo hacía. Me puse mis colgantes de piedras preferidos y un vestuario acorde— no el más bonito sino el más sentido— como quien va a una fiesta, porque para mí lo era.
Baje caminando al templo entre los árboles de pino que tanto amo, llegando más tarde de lo planeado pero asumiendo quien era. Compre una Kata blanca— una estola budista para que el maestro coloque en tu cuello como se hace en la tradición tibetana— y un nuevo mala, un rosario budista de piedras turquesas para que sea bendecido por Su Santidad.
Me registre y luego de pasar por varios controles nos fueron llamando a todos por nombre y nacionalidad: —Ayelén —dijeron con una pronunciación siempre inacertada como suele pasar con mi nombre— Argentina. Nos colocaron en hilera, a mí y a las 200 personas más que habían sido elegidxs para tener la bendición. Hicimos una fila larga en forma de C y al ratito llegó Él, en su miniautito de golf manejado por monjes. El encuentro tendría lugar en uno de los patios privados del templo dónde Él vive.
Esperé mi turno algo nerviosa, cerrando los ojos, tratando de conectar lo más posible con mi intención mientras pasito a pasito la fila me iba acercando a Su Santidad.
Uno de los monjes tomó mi Kata y me la colocó en el cuello como es la tradición. Otro tomo mi rosario y lo acomodó en forma apropiada para que sea más sencillo de bendecir.
Todo pasaba muy rápido. No había mucho tiempo más que para que El Dalai Lama levante su mano bendiciéndote y si eras afortunadx y tenías la lucidez suficiente poder hacerle alguna pregunta o decirle algo.
Me entregué a que sea lo que tuviera que ser, con la menor expectativa posible. Estar ahí ya era una dicha enorme, no tenía más pretensiones que eso. Avance hasta que casi llegó mi turno. Antes de que lo tuviera enfrente, giro su cara y me miró. Me aproximé, con la cabeza a gachas con el mayor respeto que podía decirle a mi cuerpo que efectúe. Lo miré a los ojos sonriendo y volví a bajar mi cabeza. Su energía era enorme.

De repente siento su dedo aproximarse mi cara, en cámara lenta, como cuando el Señor Burns se transforma en ovni y dirige su dedo índice al espacio rodeado de energía verde alrededor. Su dedo iba directo a mi piercing del labio con asombro. Es gracioso porque esa argollita que llevo desde los 15 años en mi boca no es nada común en India— todas las mujeres tiene aros extravagantes en la nariz, pero eso es lo único— entonces el mío se vuelve particular y suele tomar la atención de todos, parece que incluso la de Él, que con esa gracia y humor que lo caracteriza aproximaba su dedo a mi aro con la misma impronta que lo haría un abuelo.
Me sonreí y me quedé quieta como una estatua, como si quisiera perturbar sus movimientos lo menos posible.
Le extendí la mano con mi rosario con el cuerpo inclinado hacia adelante, con la mayor humildad y respeto que pude transmitir en toda mi vida. Lo mire a sus ojos transparentes, lo suficientemente hundidos en su cara como para parecer no tener fondo, intentando grabarme cada milímetro de su rostro en mi mente:
—Thank you, thank you, thanks you, You are a Big example for all us. You and your people there are a big example for all of us, thanks you, thanks you, thanks you. ( Gracias, gracias, gracias, eres un gran ejemplo para todos nosotros, tú y tu gente son un gran ejemplo para todos nosotros. Gracias, gracias, gracias.-—Le dije con mis dos manos juntas en el medio del pecho.
Había ensayado líneas mejores, pero cuando tenés a alguien tan inmenso enfrente la mente se queda en piloto automático y a gatas que podés efectuar una conducta coherente intentando no comportarte como un niño en una juguetería. En un lugar de mi existencia yo era eso: una niña en una juguetería, pero ya había aprendido a correr a un lado a mi Ego, entonces no tenía porque disfrazar nada de lo que estaba sintiendo. Tenía en frente al mismísimo Dalai Lama, así que solo me comportaba acorde a esa tremenda sensación inexplicable.
Desde esa obnubilación le repetí "Gracias" alrededor de 6 veces, con los ojos explotados de profunda gratitud. Al final creo que esa era la máxima intención de mi corazón, agradecerle por tanto tanto tanto. Al final, en ese momento salió lo que verdaderamente tenía que salir.
Me miró por unos microsegundos que parecieron eternos, y de a poco una vez más en slow motion como se mueve un hombre de 90 años, con el cuerpo de un anciano pero una energía que lo trasciende, empezó a acercar su frente hacia la mía. Yo no entendía demasiado que pasaba, a pesar de que todo era muy lento mi mente estaba distorsionada por la emoción, solo recuerdo sentirme inmóvil permeable a sus movimientos. Como un espejo, como quien está demasiado deslumbrado por la energía de la situación como para accionar movimientos por si mismx. Las fotos que los monjes tomaron me ayudaron a reconstruir la escena.
Su frente tocó la mía. No lo sabía pero así es como se saludan los monjes tibetanos entre ellos, como símbolo de conexión y una forma de intercambiar energías, así que eso hizo.
Luego de unos segundos uno de los guardias me dijo que ponga mi mano en su cabeza.
Eso me sonó como algo bastante fuera de lo común, considerando que todos los movimientos y escenas que veía parecían bastante calculadas.
Sentía una profunda dicha y a la vez estaba detenida, a la espera, como un gatito cuando lo agarran del lomo: hacía todo lo que me decían. Entonces eso hice, puse mi mano izquierda sobre su cabeza unos segundos hasta que la misma voz repitió "Es suficiente".
Quité la mano, mi cuerpo seguía flotando en el aire. Creo que ahí aprendí a hablar con los ojos.
Una parte de mí muy en el fondo no podía creer todo lo que estaba sucediendo, pero "yo" lo único que sentía en ese momento era una felicidad infinita, pura, poderosa y a la vez tan simple, armoniosa y fluida como reencontrarte con tu abuelo, como si nos conociéramos de toda la vida, —o quizás de otra.
Había cientos de personas y guardias alrededor, pero en esos minutos fugaces que duró el encuentro solo estábamos yo y Él como colocados en un paréntesis, del tiempo y el mundo, como si hubiéramos entrado en un portal o en un agujero a otra dimensión. Como estar flotando en una burbuja.
—Thank you, thank you, thank you— le dije una vez más mientras me tocaba con las palmas mi corazón y mis ojos explotaban de amor. Asumo que nunca me había visto mirar a alguien de esa manera y me aleje lentamente sin querer irme de ahí nunca.

Caminé hacia atrás y rompí en llanto, ese que es hermoso, que es pura emoción de felicidad. No puedo creer haber aguantado tanto...
Como si los monjes supieran todo lo que nos produce ese gran encuentro— claro que lo saben— uno de ellos me esperaba para acercarme un pañuelo descartable. Entre lágrimas, lo agarre como pude, mientras mi otra mano me tapaba la boca como si no pudiera creer lo que estaba viviendo. Como si estuviéramos bajándonos del escenario luego de recibir el diploma de honor mientras te acercan flores y te dan palmadas. Otros monjes que estaban en fila unos pasos más adelante me dieron un hilo rojo bendecido para colocar en mi muñecas a modo de pulsera. Unos pasos más allá, me acercaron un sobre grande color amarillo que contenía un foto hermosa de Su Santidad y unas semillas tibetanas para la buena salud. Todo eso mientras lloraba como una niña luego de ver a su persona favorita, porque sí, era más que mi persona favorita. Acababa de ver a la reencarnación de un Buda vivo en la tierra, habíamos estado frente con frente y me había pedido que toque su cabeza. ¿Podía tener bendición más grande que esa?
No era solo una bendición, era un regalo divino.
-Su Santidad para nosotros los budistas, es el Buda de la Compasión, por lo que cada acción que lleva a cabo con su cuerpo, palabra y mente es para el beneficio de los demás. Ningún gesto es aleatorio. Cualquier contacto con un bodhisattva-—un ser que pospone su propio nirvana para ayudar a los otros a alcanzar la iluminación—o un Buda crea una conexión positiva a largo plazo. Así que considérate enormemente bendecida. Como no considerarme así después de todo eso...
¿Qué significaba? Internamente para mí, un montón de cosas.
Lo que sucedió no fue algo azaroso, eso lo sé. No actuó de la misma manera con todos, eso también lo vi. Su poder está más allá de lo que uno puede percibir, entonces sin dudas desde su sabiduría infinita, cada uno de nosotros recibió lo más apropiado que su alma necesitaba recibir en ese momento, y desde ese lugar yo no pude más que considerarme muy especial, porque así es como me hizo sentir. Con ese gesto de alguna manera estaba respondiendo a mi pedido, y eso me lo atesoro para siempre como un regalo.
Recorrí entre lágrimas los jardines del templo. No quería que esa sensación se termine nunca, no quería que las vibraciones de mi cuerpo cambien, no quería que esa energía desaparezca. Ni yo ni la parejita de mi edad que tenía adelante mío, que se abrazaban entre los dos mientras sollozaban juntos, habilitándome a la vez a mí a hacer lo mismo.
Aunque nuestros cuerpos no querían alejarse tuvimos que salir del recinto. Me senté en un banco a la salida de la oficina por dónde habíamos entrado. Ellos también, anonadados, rebalsaban de llanto y de emoción. Creo que todos los que tienen la fortuna de acercarse a Su Santidad experimentan lo mismo. No nos conocíamos pero nos miramos con complicidad, como si entendiéramos perfectamente lo que sentíamos el uno y el otro y como si ser espejo nos diera una validación más a tremenda intensidad. Lo que habíamos vivido era algo indescriptible.
Abrí el sobre que me había entregado el monje. Había una foto enorme de Su Santidad. La tomé en mis manos y cerré los ojos. Estaba sentada abajo de un árbol lleno de monos. Nada importaba en ese momento.
Me quedé con los ojos cerrados, detenida, meditando con su foto en la mano, repasándolo todo mentalmente: cada escena, cada segundo, cada movimiento, volviendo a emocionarme, volviendo a sentir. Mi cuerpo aún vibraba, aún estaba ahí con Él enfrente mío. No quería moverme, como si esa quietud en mi cuerpo pudiera detener el tiempo en ese instante. Eso hacía.
Sus ojos color vidrio transparente. Su profundidad infinita.
Su energía alrededor. Su mano acercándose. Mis palabras de gratitud. Mi sonrisa exagerada que dejaba mi encía superior al descubierto. Mis ojos rebosantes de amor que expresaban con exactitud todo lo que sentía. Mi mano izquierda vibraba como nunca antes. Podía sentir la energía más que nunca.
Pasaron 5 horas y yo seguía ahí, quieta, meditando, abriendo y cerrando los ojos, mirando las escenas, flotando, bendecida, extasiada. Rebalsada de esa paz interior que los budistas tienen, que es tan alegre y armoniosa que te hace sonreír el alma.
No quería que nada contaminara la escena, solo quedarme ahí un rato largo y que ese momento me siga regalando esa dicha dulce como un elixir.
Había sido tocada por un maestro, uno grande, y no hay palabras que puedan explicar eso.
No quería moverme de ahí, que no era el banco externo del templo, sino ese lugar adentro de Él, dentro de su cabeza, en su memoria, el habitar su mundo: mi cara en su mente.
Esos ojos tan compasivos como nunca vi. Una sonrisa tan esperanzadora y unas mejillas rebalsadas de alegría como si no conocieran el dolor.
Respirar en su mismo campo.
Después de esas 5 horas en el templo tuve que irme, pero una parte mía decidió quedarse ahí junto ese rosario que compartimos, junto a esos segundos que pase por su mirada donde vuelvo siempre en cada meditación. Ahí, donde pido energía cada vez que la necesito, en un nuevo espacio de conexión, que quedará grabado en mi mente y en mi práctica como una herramienta más, una inmensa, de conexión con lo divino. Una reconducción a ese instante, donde todo parece posible, donde el dolor no llega, donde su campo energético lo transforma todo en amor y compasión. Un portal hacia lo divino.
Un refugio que ya conocía y cada vez se vuelve más propio.

Vas a cosechar muchos frutos,
Vas a necesitar muchas canastas,
prepárate porque van a ser grandes.
Van a llegar cosas hermosas
Tenés un enorme poder
Tener que actuar: ¡Actúa!
Tenés una tarea enorme, lo sabés.
Empezá a creerte tus bendiciones.
Estamos conectados. Volvé a ese momento de felicidad siempre que lo necesites.
La compasión no se enseña solo en los monasterios. Acá se vive a cada paso, se ve en cada momento, en cada charla callejera,
en cada caminata lenta.
Que lindo vivir ahí, en esa tranquilidad constante de que lo que tiene que llegar llega,
y así ya no corremos más, sólo esperamos con esperanza.

Gracias por compartir esta experiencia tan mágica y significativa para mi. Ojalá estas líneas los inspire a ser más pacientes,
a entender que todo lo que es para nosotros llega cuando es el momento adecuado,
que nunca debemos rendirnos,
que las cosas más grandes también fueron gestadas por personas pequeñas,
en lugares pequeños, haciendo cosas "pequeñas"
que tuvieron fe y amor en lo que hacían y seguramente también miedo.
Que cada gesto impulsado desde el amor cuenta, por más mínimo que sea,
y que son las semillas con las cuales sembramos nuestro jardín.
Entonces, ¿Qué te gustaría que florezca allí mañana?
Que nunca olvidemos que todos podemos ser tocados por lo divino,
sea lo que sea que para nosotros conforme esa palabra.
Solo necesitamos estar en el lugar correcto que nos toca estar.
❦
"Nunca te rindas, no importa lo que esté pasando a tu alrededor, nunca te rindas y desarrolla el corazón. Gastamos demasiada energía en desarrollar nuestra cabeza en lugar del corazón. Desarrolla el corazón, se compasivo
no solo con tus amigos, sino con todos. Se compasivo,
trabaja por la paz, en el mundo y en tu interior.
Y recuerda, no importa lo que pase: a tu alrededor:
NUNCA TE RINDAS”
Tenzin Gyatso 14vo Dalai Lama.

Dharamsala, India. Abril 2025.
"Tenía ganas de ofrendarle algo como es tradición en el budismo. Entonces me saqué uno de mis rosarios de madera muy simple que había comprado hacía un tiempo acá y pensé en dárselo. La forma de hacérselo llegar era colocarlo en el espacio correspondiente junto a otras ofrendas que la gente hacía: estatuas, libros y objetos budistas. Lo mío era algo bien simple, pequeño y probablemente insignificante, pero así es como yo me imagino lo material en la espiritualidad.
El hombre de seguridad tomó mi rosario, le escribí mi nombre y apellido en una pequeña tarjetita que abrochamos a él, dibujé un corazón pintado en lapicera y se lo entregué. Ese rosario está de alguna manera hoy en el templo. Simbólicamente me compré otro exactamente igual, del mismo color. Fue la manera que encontré para quedarme conectada a Él y para darle algo de mí — algo más de mí—."
Gracias gracias gracias Aye por lo compartido que es más que una experiencia de vida es LA VIDA misma que desde mi corazón deseo sigas entendiendo porque nunca terminamos de aprender
Emocionante todo lo narrado, y seguramente él vio algo especial en tí que motivó esa conexión tan especial, tan sentida para los dos y que tu llevarás por siempre en tu corazón. Bendiciones...