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38~ ¿Quién soy? Budismo y psicoanálisis.

  • Foto del escritor: Ayelen Vittori
    Ayelen Vittori
  • 24 may 2023
  • 10 Min. de lectura

Actualizado: hace 5 días


~Reflexiones para nerds~


Si había algo que buscar ya entendimos que afuera no era el camino. Entonces por descarte, el camino sería hacia adentro. Un trabajo introspectivo que nos permitiera entender y descifrar los recovecos y trucos de nuestra mente. Volver a construir verdades o porque notirarlo todo a la basura y crear un vacío donde podamos armar algo distinto. Quizás ambas opciones estaban bien.

Probablemente habría tantos caminos como personas, pero el origen de todo era un concepto del cual por suerte en nuestra sociedad por lo menos en la mía: Argentinaya veníamos hablando hacía rato: deconstrucción. Y eso también nos llevaba a hablar de desilusión.


Fuera lo que fuera la “paz” o “felicidad” que buscábamos tenía que residir en otro lado, porque aferrarnos a algo que está cambiando a cada momento es una real pérdida de tiempoademás de frustración y sufrimiento…A menos que ese “algo” al cual nos aferrarámos sea justamente lo opuesto: la idea de constante cambio la impermanenciay la compleja noción budista de vacío. Ese vacío del cual el budismo habla no se refiere a la ausencia de cosas como la significación convencional lo indica, sino más bien a la idea de que todo carece de esencia fija, intrínseca y permanente. Pensémoslo juntos.

En un mundo de transformación constante, el concepto de esencia se vuelve problemático, al menos si entendemos esa esencia como algo fijo e inmutable.

Si lo constante es la idea de cambio, la transformación y el movimiento que lo atraviesa todo, entonces debemos reformular interiormente las características de ese concepto que entendemos como esencia, que inconscientemente nos remonta a algo acabado y estático: en el ciclo inherente a cada una de las cosas que conforman la realidad NADA permanece inmutable, todo cambia de forma, todo envejece y seguramente eso sea lo esencial de todo.


¿Dónde buscamos la paz entonces si no es en la rueda eterna de deseos de la vida diaria?, como estamos acostumbrados.

Adentro nuestro, claro.Sería la primera respuesta que pensaríamos


Adentro nuestro, sí… pero una vez más… ¿DÓNDE?


¿Será justo ahí, en ese entendimiento? En la aceptación de que todo está cambiando constantemente… Y en que si nada permanece constante entonces tampoco nada podemos controlar, y menos que menos, aferrarnos a eso como si fuera la tierra prometida-llámese momento, situación, estado, persona, objetivo...- Como consecuencia de eso y yendo un poco más allá, llegamos a esa verdad última, de que nada de lo que habita este mundo tiene una esencia fija, sino que en realidad esa esencia que le presuponemos y que tanto buscamos, en realidad no existe- no por lo menos de esa manera-. Lo que propone el budismo es que los elementos tienen una existencia interdependiente del resto de las cosas y por lo tanto imposible de definirse en forma aislada. Por un lado, todo se define en relación a otro elemento: Uno es uno porque no es dos. Blanco es blanco porque no es negro.

Tres es tres porque tiene un elemento más que dos y así sucesivamente.

Entonces, la esencia no está en el elemento en sí mismo. Por otro lado, la esencia tampoco está en el nombre que lo identifica:

La realidad es que “tres” bien podría llamarse “caramelo” si la convenciones así lo hubieran querido, ¿verdad?

Son convenciones, sólo convenciones elaboradas para la vida práctica.

Entonces, ¿dónde está la esencia de la palabra “tres”?


No la tiene. Solo existe en relación con otros elementos del campo. Son solo convenciones funcionales, no verdades absolutas.

Para ir aún más allá: ¿Dónde está la esencia del objeto lapicera? ¿En el capuchón, en la tinta, en el plástico que delimita su forma, en la posibilidad de que se pueda escribir con ella, o también tachar lo escrito? ¿En la representación mental que tenemos de ella, que probablemente varía de cultura en cultura? ¿Dónde está su esencia? Como el pensamiento anterior, también depende de una interrelación de elementos: sus partes, su uso, la intención que le damos, el contexto cultural, entre otras… Entonces, la "lapicera" —en este caso un objeto— también es elemento interdependiente, que poco dice de sí mismo si no es en relación a otros elementos y factores.


¿A dónde quiero llegar con todas estas reflexiones sobre bolígrafos, números y palabras difíciles? Así como la lapicera, nosotros tampoco tenemos una esencia fija y delimitada. No hay un “yo” permanente, acabado y estático: nosotros también somos una corriente de experiencias, pensamientos, percepciones y relaciones en constante movimiento y transformación. Y acá viene lo importante: esta comprensión puede ser tremendamente liberadora, porque nos permite soltar las ideas rígidas de quiénes somos y, más aún, de lo que tenemos que alcanzar. Esa exigencia eterna que no escapa a nadie.



Por esta lógica, llegamos a la conclusión de que los significados- y también las cosas materiales- están vacíos de naturaleza propia, y más aún, dependen del contexto, del contraste, de otros elementos y de acuerdos culturales. Nada existe de forma independiente ni autosuficiente. Entonces, una vez más,  ¿porque nosotros seríamos la excepción?


¿Dónde queda la búsqueda por una identidad que tanto nos asfixia y nos interpela como sujetos? Porque es ahí  hacia  donde vamos con toda esta reflexiones. ¿“UNA” identidad ?

Probablemente este es el reconocimiento más importante que debemos comprender, no para demostrárselo teóricamente a alguien sino para aplicarlo a nosotros mismos, y fundamentalmente, para liberarnos.


Yo no sabía nada de budismo hasta ese momento, pero estaba perdida dando vueltas en loop, aplastada por las consecuencias de una concepción errónea.

Por eso estas ideas me cautivaron. No porque quisiera volverme filósofa, sino porque necesitaba encontrar la paz conmigo misma, y estos puntos de vista parecían ser claves interesantes para recalcular.


Si la posibilidad de “una identidad” como algo que “debamos completar o alcanzar” no existe, ¿no es eso profundamente liberador? ¿Qué pasaría si pudiéramos dejar de lado esa búsqueda angustiosa de “quienes somos” o de lo que “debemos encontrar” para permitirnos finalmente ser? Si logramos cambiar de perspectiva y pensamos desde el movimiento y la transformación, ¿no abre ante nuestros ojos la infinitud de posibilidades? ¿Más liviano, menos conclusivo y más sencillo de llevar a cabo? Algo que fluye y que no cercena. 


Si escribo esto es porque durante añosmuchos años me la pase queriendo buscar conclusiones, palabras, actividades y cosas que me definieran. Que me resuelvan de alguna manera la pregunta por quien soy, que integren todas mis partes, todas mis inquietudes, todas mis “yo”…

Dicho de otra manera: ¿Que me encarcelen?

Psicóloga, artesana, música, artista, bailarina, viajera, bartender, ahora “yogui” y escritora. Necesitaba buscar puntos en común entre todo eso, pero no podía hallar cómo. Siempre tuve tantas inquietudes, intereses y habilidades que encerrarme en una sola se me hacía casi imposible. La historia de mi vida.

-Elegí una y perfecciónate en esa.- La voz de mi madre haciendo eco de los mandatos. Esa búsqueda que nos metieron en la cabeza hacia UNA identidad fija, consistente, productiva y enfocada sobre "quien era" me pesaba tanto que en vez de impulsarme me dejó en el subsuelo. 


Y adivinen que…No lo resolví por supuesto, hasta que entendí que probablemente era cuestión de buscar palabras más abarcativas, o quizás, de eliminar las palabras si estas no pueden explicarlo todo. Aprender a mirar desde otra perspectiva. 

Todo eso me llevó a una búsqueda enorme: kilómetros, profesiones, religiones e India- lo suficientemente compleja en sí misma para llevarse una categoría particular.


Cambio. Impermanencia. Transformación. Entre todas esas identidades que era, una tenía el título de Licenciada en Psicología. Escuchar a Goenka y leer budismo por momentos se parecía muchísimo a una clase de Psicoanálisis de la facultad. Lo que parecía imposible por fin empezaba a relacionarse.


Freud o Lacan lo llamarían pérdida o falta. Las únicas “cosas” constantes que existen. Lo constitutivo del ser humano. La ilusión de completud o de una identidad acabada es solo eso: una ilusión. Con fines prácticos para el transcurrir de la vida cotidiana y la uniformidad de una imagen en el espejo, pero no reales. Que difícil poder ubicar la felicidad justamente en la idea de algo que no está, ¿no les parece?

Ese mismo vacío, que a la vez es completud y esperanza, porque no hay que llenarlo con más nada: él ya ocupa su propio espacio… Entonces, solo queda entender y aceptar que ese espacio está completo: así: ¡vacío!


Un trabalenguas de palabras para las limitaciones de este sistema del lenguaje. Si, lo sé. Una vez más complicaciones gramaticales donde hay cosas que quedan por fuera de él, irrepresentables. Una batalla contra los sentidos. Lo opuesto a lo que nos enseñaron. Sin saberlo, nos estábamos convirtiendo en unos rebeldes.



¿Suena complejo? Quizás lo sea. Probablemente solo es duelar la desilusión y abrazar que estamos llenos de algo,  tan simple y vital como el aire, y eso es la pieza crucial que permite el movimiento.

Vacíos de esencia fija, pero a la vez, llenos de posibilidades.


Parte de mi viaje a India tenía la intención de poder aunar mente y energía. Eso en mi mente ortodoxa de psicóloga era imposible. Mi marco de visión no daba lugar a las conexiones necesariasprobablemente obviasque la tarea requería, porque desde el psicoanálisis todo eso casi ocupaba el lugar de “magia negra”.

-¿Yoga, universo, energías? Nadie lo decía abiertamente, pero por lo bajo muchos psicoanalistas esbozaban una sonrisa burlona y descreída. Quizás no era más que yo misma y mis propios prejuicios cuadriculados. Aunque no tenía ni idea de lo que estaba empezando a conocer, de alguna manera el budismodesde otro lugar y con otras palabras me estaba señalando un camino posible. ¿Estarían diciendo lo mismo?

En mi mente las palabras resonaban y con distintos nombres dialogaban entre sí.

Tanto el budismo como el psicoanálisis postulan que la idea de un Yo completo al mando de sí mismo es una verdadera ilusión. Ambas ubican que el sufrimiento o el padecer tiene que ver con esta necesidad infinita de intentar con toda nuestras fuerzas colmar lo incolmable. Por caminos distintos el recorrido de los dos es similar: Señalar que estábamos tomando el camino equivocado.


La falta estructural de la condición humana como resultado de habitar el mundo del lenguaje diría Jacques Lacan, uno de los discípulos más grandes de Freud—. La palabra como tal nos imprime un recorte: cambia la naturaleza de los seres humanos y los sentidos. Nos diferencia de los animales.

El libro que le falta a la biblioteca existe solo por el hecho de tenerlos numerados la marca de palabra porque en la realidad: nada falta. Ese “error numérico”, esa ausencia conceptual no existiría si esos mismos libros tuvieran nombres random en lugar de números:

Caperucita Roja, Blancanieves, Hansel y Gretel y los tres chanchitos: libros, perfectos, existentes. Ahora 1, 2, 3, 5, 6,7: faltante, problema, caos y destrucción.

¿Podes verlo? La falta es el resultado que el lenguaje nos imprime como seres hablantes, por el mero hecho de entrar a este mundo cultural, con orden y reglas propias. Una marca que nos limita, nos cala, nos agujerea e instala en nuestro cuerpo un agujero que en la realidad no existe. Una falta estructural para los todos los seres humanos- diría Lacan- de la cual nadie escapa.

Los animales en su hábitat natural, ¿sentirán esa misma falta? ¿Esta misma necesidad de buscar sentidos? ¿Esa incompletud tan propia nuestra? Esa sensación de falta, cuando en realidad nada falta.


La historia del psicoanálisis lacaniano, que para mi sorpresa, sonaba bastante parecido a las tradiciones espirituales de India que estaba empezando a conocer.

En esta línea, el desear es entonces la consecuencia directa de todo eso: la necesidad de llenar esa falta con “algo”. El deseo como ese motor de un circuito interminable, de un vacío que por estructura nunca se llena, pero que a la vez, también es el mismo motor que nos mantiene vivos, en movimiento, intentándolo.

¿Vivos o esclavos? Probablemente al final sea una cuestión de balance, como todo. Porque al final la máquina, como el fuego, para “funcionar” también necesita de ese espacio vacío, con aire que nos haga mover.


Desde esta mirada lacaniana, la roca central y parte del camino terapéutico será asumir esta falta. Entendery fundamentalmente experienciar que eso que queremos colmar es imposible. Que no es algo a llenar sino algo a asumir y desde ahí, desde esa profunda vivencia, empezar a transitar por el camino de lo que sí es posible, con más contentamiento, de la única manera posible. «Construir una pequeña vidita» –me repetía mi psicóloga hasta el cansancio en casi todas las sesiones, mientras yo luchaba –incansable– por llenar eso imposible, por encontrar la pieza que le faltaba al rompecabezas. Luche con esta idea por años, como todxs, intentando alcanzar los verdaderos sentidos, lo grande, lo consistente, lo seguro. Algo de donde agarrarme fuerte para no volarme. Algo que no existe.   –Una pequeña vidita– seguía repitiendo ella en eco– con placeres alternantes, simples, posibles, pequeñitos, muchas veces inconsistentes, pasajeros, mutables. 

Ella no lo sabía, pero también hablaba de budismo.


Estas nociones son seguramente años de terapia e instancias de trabajo introspectivo. Meses de comprender y más aún, de poder incorporar realmente en nuestro funcionamiento mental, tan complejo e insaciable. Domesticar a nuestro Ego, lo más difícil. “Tiempo para ver – etapa de observación inespecífica de duración–.

Momento para comprender – intervalo de duración más delimitado–.

Instante para concluir – corte en el tiempo, acto, cierre, decisión–.” * La cita de Jacques Lacan. Las notas entre guiones son mías.


Una vez más: procesos.

Por lo tanto, sí entendiendo todo esto logramos desarticular la acción cotidiana- el hacer– del objetivo –completar algo que no se puede completar–,  ¿no seríamos más felices?  Si camináramos entendiendo que no hay lugar a donde llegar: ¿no disfrutaríamos más de cada acción en el camino y también de los momentos de quietud?

Si la realidad es incolmable –porque ese es el camino del Ego–. Si verdaderamente no hay nada que completar ni nada que alcanzar más que un nuevo escalón, que ni bien alcanzado nos va a mostrar lo que falta para el escalón siguiente… Y así el correr de la vida,  y nosotros corriendo, cansados, atrás de ella como ilusos.


Si lo intentamos comprender un poco mejor y por lo menos estar advertidos de esta lógica:¿No podríamos elegir, habitar y descansar en los escalones que más nos gusten?  Solo por el placer de caminar, que al fin y al cabo, es lo único que hay en una escalera sin fin. Si al final, no hay que ir a ningún lado más que al encuentro con uno mismo.


¿Es así o a donde vamos? ¿Qué es entonces el famoso encuentro con uno mismo?



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