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13~ Vivir en un Ashram. Parte 1: Shiva, caos y destrucción.

  • Foto del escritor: AV
    AV
  • 21 jun 2023
  • 13 Min. de lectura

Había armado mi altar de meditación con una estatua pequeña de Ganesha, un cuenco tibetano y unas flores de Santa Rita que había encontrado en el jardín. Creo que ahí me volví creyente. Estaba sola y ahora aún más sola y más aislada. Seguía fingiendo con mi madre que me llamaba contándome de los festejos en Argentina mientras yo hacía fuerza para aguantar mi angustia, para que las lágrimas salieran solo cuando apretaba el off del teléfono. Cada llamada me rompía el pecho un poco más y me traían más dudas, más culpa y más desolación. – ¿Que estoy haciendo en este cuarto de mierda con un libro en sánscrito en las manos sintiéndome Julia Roberts en Comer, rezar, amar? No lo soy. ¿Qué estoy haciendo acá?

21 de diciembre.


Antes de venir a India había planeado hacer un retiro de 10 días en uno de los Ashram más famosos de Rishikesh sobre los Yoga Sutras de Patanjali. Los Sutras son como la Biblia del Yoga para decirlo en nuestro idioma. Son preceptos de un texto muy antiguo escrito en sánscrito con los fundamentos de la doctrina yóguica, para empezar por donde hay que empezar, por el principio.

Una vez acá, después de las conexiones místicas que había hecho y los monjes que había conocido en las calles ya no quería meterme en el retiro. Ellos me parecían más reales que un programa escolar en una cuadrícula. Me gustaba el underground. De a poco había encontrado algo parecido a una “rutina”. Durante el día iba a visitar al monje y en las tardes escribía sentada en el Budha Delight mirando lo verde del Ganga con mi té de jengibre, limón y miel- lo más potente que podía conseguir acá en Rishikesh.


El retiro había empezado justo la noche anterior, la misma noche que se jugaba la Final del mundo. Había resignado estar en Argentina pero aún me quedaba algo de sangre en las venas, así que la única opción real era empezar un día tarde, justo después de convertirnos en Campeones del Mundo. Me levanté a las 5 am aún sin haber decidido si iba a ir al retiro o no. En la charla inicial había solo 5 personas. Entre esas 5, había una sola chica extranjera y de mi edad, que era rusa pero casualmente vivía en Copenhague, muy cerca de mi ex casa. Me pareció llamativa la “coincidencia". Dinamarca es un país diminuto, en el retiro eramos solo 5 personas de repente me encuentro a casi una vecina del barrio con muchas cosas en común. Lo anoté en mi espacio mental para señales cósmicas. Cuando uno no sabe bien que decidir pero empieza a abrirse a las conexiones energéticas estas cosas cuentan y en India si estás lo suficientemente atento de eso sobra. Así que Gulnara fue lo que inclinó mi balanza.

Con solo 2 horas de sueño, junté mis cosas en 15 minutos, llame un taxi-moto y me fui al Ashram. A esa hora, en medio de las callecitas de tierra el pueblo parecía más lindo. Por supuesto, con el sol en la cara y sintiendo los últimos aires de libertad todo se vuelve más especial. El brillo particular de lo que estamos cerca de perder. Benditos seres humanos.

En mi vida había estado en un Ashram, menos en Asia. Un ashram es un lugar de enseñanza y práctica espiritual como Yoga, filosofía o meditación y es un ambiente ideal para quienes buscan adentrarse en las practicas viviendo en comunidad, austeridad e introspección. Era un espacio al aire libre con jardines y muchas fuentes con agua, que encolumnaban un pasillo largo rodeados de dioses hindúes en color azul. Al final de él, una frase: "Bienvenido a tu casa en los Himalayas". Al fondo, como una postal, las montañas. Llegué justo para la clase de chanting que ya había empezado. Atravesé todos los jardines, cruce una calle hacía otro edificio donde continuaba el ashram, con otro jardín, lleno de monos. Entré en silencio al salón. Las mismas 5 personas de ayer estaban sentadas en el piso sobre un almohadón, en la penumbra de un salón enorme. En el frente también sobre un almohadón, una monja de unos 70 años, con una túnica y un pañuelo color naranja sobre su cabeza. Al lado de ella, entre las sombras, una escultura del Shiva danzante y una vela encendida.  Pedí disculpas por llegar tarde y me senté. Me dieron un cuadernillo de fotocopia con palabras en sánscrito, que no es hindi, es parecido pero más difícil y más antiguo -me dí cuenta porque a los hombres indios que estaban ahí también les costaba un montón repetirlo.- La monjita empezó a cantar, subiendo y bajando de tonos. Nos pidió que repitamos con ella y todos empezamos a cantar por fonética. El chanting es una práctica de recitar o cantar mantras, palabras sagradas o en este caso Sutras -preceptos fundamentales-. Los cantos tienen muchos matices, tonos y acentuaciones de las palabras, en sánscrito. Son un conjunto de letras consonantes que no entendes bien cómo pueden estar tan juntas todas ellas con tan pocas vocales en el medio. Una agrupación admirable. Hay palabras con más de 20 letras y más de la mitad son consonantes. Realmente increíble. No sabes ni cómo se podría llegar a leer eso. Era como mirar el pizarrón de Einstein cuando estaba empezando a escribir la teoría de la relatividad. Como si eso no bastara, para sumarle un poco más dificultad, cada sílaba tiene un guión arriba, abajo u otras puntuaciones que indican cómo se debe cantar: tono arriba, tono abajo, tono largo, tono corto o si solo silencio. Aquí los primeros Sutras en sánscrito y debajo su pronunciación:

अथ योगानुशासनम् 1- Atha yogānuśāsanam योगश्चित्तवृत्तिनिरोधः 2- Yogah cittavṛttinirodhaḥ

तदा द्रष्टुः स्वरूपेऽवस्थानम् 3- Tadā draṣṭuḥ svarūpe’vasthānam

वृत्तिसारूप्यमितरत्र॥४॥ 4- Vṛttisārūpyam – itaratra

वृत्तयः पञ्चतय्यः क्लिष्टा अक्लिष्टा 5- Vṛttayaḥ pañcatayyaḥ kliṣṭā akliṣṭāḥ

Lo sé, no parecen pero son palabras.

Esta era una de mis "favoritas":

Abhyāsavairāgyābhyām tannirodh | Significa“Práctica del desapego”

Yo, que aún estaba en duda de lo que estaba haciendo ahí, me miro a mi misma desde afuera como si pudiera suspenderme en el aire y me quedo físicamente paralizada mientras mi mente se roba todo el espacio: -¿Qué es esto? ¿Qué estoy haciendo acá? ¿Por qué cantar en un idioma que no conozco me va ayudar a conseguir lo que estoy buscando? ¿Cuál es el fin de todo esto? Y la conclusión final: No hay manera de que yo pueda cantar esto nunca en la vida.



Aparte de un entrenamiento a la paciencia, no le veía un fin práctico a esto en la vida real. Elke, una compañera alemana de ojos azules, cantaba esplendido. El resto éramos malisimos, incluso los indios. El manejo de los tonos era complicado y la pronunciación lo era aún más. Después de un rato de práctica, nos pidió que cantáramos en forma individual. Me escuché a mi misma y me sorprendí. ¡Casi perfecto!- pensé. La monja me miró con cara de piedad. No comprendí porque.

-¿Es la primera vez que cantas? No te preocupes, vas a ir mejorando poco a poco- me dijo en frente del grupo con una sonrisa amable entre dientes. Me sentí humillada.

La clase duraba casi 2 horas. Dos horas de repetir frases en otro idioma una y otra vez mientras la monjita nos corregía como si estuviéramos en la universidad, como si de verdad quisiéramos aprender sánscrito. De momento a mí no me interesaba para nada, aún no entendía bien porque era parte del programa y estaba segura que salvó a Elke, al resto tampoco le interesaba, pero la monja se lo tomaba muy en serio. Yo aún estaba llena de emociones y mil dudas. Todavía seguía con ese sentimiento de no querer estar en ningún lado. Aún me seguía doliendo todo: no estar en Argentina, mentirle a mi madre, haber tomado esta decisión, mi futuro y la angustia que cargaba hacía mucho tiempo. Tenía una misión y muchas cosas que resolver, no me interesaba ni hacer amigos ni jugar al karaoke sánscrito a menos que me dijeran que con eso iba a alcanzar la paz mental que estaba buscando, pero obviamente no lo hicieron. No podían.


Salí de la clase y me fui directo a mi habitación a dejar mi bolso. El cuarto era deprimente. Estaba pintado de color amarillo viejo y casi sin luz natural. Un cuadro de un hombre indio con barba y pelo enmarañado que parecía tomada hacía 100 años colgaba de una de las paredes. Era el Gurú del Ashram. Había dos camitas individuales separadas entre sí por un medio metro de distancia. El baño olía fatal. El cuarto individual era más caro, pero por fortuna para mí el grupo era impar así que por descarte me tocó estar sola al mismo precio. ¡Gracias a Dios!, no quiero imaginarme todo lo que estaba viviendo, en un cuarto de mierda y encima compartirlo con otra persona a menos de medio metro de tu cara. Las sábanas estaban manchadas, había un pelo en la almohada que no era mío y no había agua caliente aunque estábamos en pleno invierno. La ducha no existía, solo había un mini-baldecito plástico para echarte agua vos mismo. La luz se cortaba cada media hora. La única ventana que había daba a un corredor interno y la persiana para abrirlo estaba rota. Me senté en la cama y me mire a la cara en el espejo del baño.

Mierda– pensé- encima de todo me está saliendo carísimo…Esto no puede ser real. Aún recuerdo esa sensación de estar en shock y querer huir al mismo tiempo

Llamé a Kaare- mi colega danés- casi desesperada. Últimamente en esos momentos en que estoy realmente desesperada lo llamó a él. Siempre encuentra las palabras indicadas que calman a la fiera. Sin saberlo se estaba convirtiendo en mi Gurú.

-Tranquila, tenés que darle tiempo. Esto algo completamente nuevo para vos, es lógico que sea extraño y que quieras salir corriendo. Nunca cantaste en sánscrito ni viviste en un Ashram. ¿Pensaste que te iba a salir a la primera? -¡Claro!- quería contestarle, pero era muy estúpido hacerlo.


-Estás intentando aprender algo nuevo, tienes que ser amable con vos misma. Uno debe ser amable con uno mismo cuando está aprendiendo algo nuevo. Lo que me decía era obvio, pero necesitaba alguien más, de carne y hueso que me lo dijera, que me dijera que no estaba es una puta película de Hollywood. Todo se ve más gracioso y divertido en las películas pero no lo es tanto cuando es tu propia vida y te ves a vos mismo en un agujero de mierda sin salida. Acordate de respirar, anda paso a paso, día por día, con calma y con paciencia. Dale tiempo a tu cuerpo para aclimatarse, siempre puedes irte luego si quieres. Si me quedaba, con lo caro que me había salido el retiro no iba a salir de ahí hasta convertirme en María Teresa de Calcuta.

Le conté a Kaare sobre mi madre y la decisión que había tomado de no decirle nada de que estaba en India, ni a ella ni a nadie. ¿Quién iba a ir a Argentina a cuidarla si le agarraba un ataque de ansiedad después de la noticia? Yo no podía hacerme cargo de eso,- ni de eso ni de nada- ya tenía demasiado conmigo misma. Había muchas cosas en mi interior que necesitaban mi energía y no iba a irme hasta que lo resolviera. Paradójicamente, estaba iniciando un camino espiritual y buscando verdades.

¿Debería decir la verdad? ¿A qué precio? ¿La verdad nos haría más libres? ¿Nos daría paz a ambas? ¿Decírselo va a tranquilizarla o en realidad va a hacerla vivir un calvario cada uno de los días que yo esté en India? (...) ¿Qué es lo correcto?




Cuando le dije a mi madre que estaba pesando en irme a India se asustó muchísimo. Me dijo que haga lo que quiera pero que ella no quería saberlo. ¿Debería respetar su decisión o reafirmar mi ego? ¿Debería imponer mi independencia, mis años de madurez y dejar de mentir o aceptar su elección?

Me era sumamente difícil hacer una vídeo-llamada normal con ella, simulando estar en Copenhague, feliz, con amigos, todavía con mi ex pareja, celebrando el mundial en vísperas de la Navidad y el año nuevo como si nada pasara, mientras en realidad estaba pasándola como la mierda sola en un Ashram en India. Pero más difícil que eso iba a ser tener que cargar una mochila más que encima no era mía.

Lo dejé sin palabras. Esta vez Kaare no tenía una respuesta, el tampoco sabía qué decisión tomar. Eso me dio algo de tranquilidad. Al final no era tan sencillo. -Lo que decidas va a estar bien si lo sentís así, la respuesta ya va a llegar. Odio que diga eso y no explique ni cómo, ni cuándo ni dónde.

Lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. De a poco empezaba a entender que a veces son sólo perspectivas y que probablemente, tiene que ver más con lo que nos podemos hacer cargo en este momento y con que no. Con los precios que estamos dispuestos a pagar con las posibilidades que manejamos en este presente. La decisión ideal no siempre es viable si no tenemos la energía para poder sostenerla y me empezaba a dar cuenta que a veces tampoco existe tal decisión ideal. Solo elecciones, caminos posibles y consecuencias. Todos me decían que lo que hacía era una locura, pero nadie la conoce a mi madre mejor que yo, y nadie me iba a venir a resolver los problemas si las cosas se ponían difíciles. Así que por primera vez, empecé a escucharme más a mí misma que al resto. A fin de cuentas, nadie mejor que yo sabe lo que necesito ahora, y ahora lo que necesitaba era la mayor cantidad de paz posible que pudiera venir desde afuera. Ya tenía bastante kilombo adentro para contrarrestar. Eso también era parte de mi aprendizaje.



Tuve la última sesión con mi psicóloga en un pasillo del Ashram mientras veía a un mono colgarse del alambrado. Yo estaba en un momento personal donde tenía que decidir en qué iba a confiar ahora. Mi cabeza estaba muy dividida entre mente y espíritu pero ya había decidido venir a India buscando otras respuestas. Mi psicóloga estaba en Argentina, en su consultorio de Retiro sentada en un diván. Yo estaba en acá, envuelta en una pashmina india hablando de coincidencias y energías mientras trataba de huir de un mono que intentaba robarme el bolso.

Ella también me había acompañado mucho en esta decisión, que parecía que nunca iba a hacerse realidad pero se hizo. Ahora me estaba viendo hacerlo…acá, sentadita en un Ashram vestida con ropa hindú, llorando igual que antes pero ahora en India y un poco más orgullosa de mi misma.

Había tomado una decisión, una grande. Había dado el salto y aunque estaba en pleno tormento, me había movido unos pasos más allá del infierno que venía viviendo hasta ahora. Había dejado atrás noches en vela tratando de remontar una relación que hacía mucho me estaba destrozando. Madrugadas de esperar que Joan volviera a casa. Miradas extrañas, energías, celos y yo ahí viéndolo todo sin poder hacer nada, como una estatua, diminuta y desolada. Hoy estaba en otro lado. Mi alma me aplaudía, al fin se sentía libre, pero mi cuerpo sufría y mi mente tenía mucho miedo. Pero a eso había venido, a enfrentar mis miedos cara a cara, porque aunque estaba cagada de miedo aun era una guerrera.



Los primeros días fueron sumamente difíciles. Físicamente estaba ahí pero yo aún seguía viviendo adentro de mi mente. Como cuesta soltar... Creerte superpoderosa también le da a una demasiada responsabilidad y grandes cuotas de estrés. Y ahí, en esa rueda, continuaba atrapada. Mi energía seguía siendo horrible, como cuando estás en un lugar sin querer estarlo. Yo lo notaba y el resto también. Casi no hablaba con nadie. Iba con mi cabeza agachada, mi ceño fruncido y mi preocupación constante, mirando solo el radio que eso me permitía, o sea, solo a mi misma.

Gulnara, la chica rusodanesa me había dicho que la comida era alucinante. La comida alucinante era chapati con arroz blanco y verduras. Muchas verduras cocidas estilo guiso, pero verduras al fin y muchos chapati apilados en una bandeja. Cada uno de nosotros pasaba por la cocina y se servía asimismo poniendo un poco de todo lo que había en los compartimentos de una bandeja de metal. Como en las películas de cárcel, escuelas secundarias yankees y Ashrams. De las tres la mejor opción. Comíamos en un cuartito pequeño solo nosotros 5, el monje de la sonrisa grande e Indu, nuestra profesora de Yoga.

Mmmm… ¡¡amo el chapati!!– decía Gulnara en cada comida mientras los cocineros venían a apilar más chapatis a la bandeja. Yo no entendía si hablaba en serio o estaba siendo sarcástica. Por supuesto que no estaba siendo sarcástica. Estábamos dentro de un retiro almorzando con monjes, no podía serlo. Me fastidiaba como seguía venerando un poco de agua con harina en forma de círculo.

Por dios Gulnara, es harina y agua! ¡Me dijiste que la comida era alucinante! ¿Qué pasa con vos? ¿Nunca fuiste a Italia?– quería gritárselo bien fuerte, pero solo me limitaba a mirarla con indiferencia como a todo lo que pasaba por ese momento a mi alrededor. Me estaba convirtiendo en la difícil del grupo. No me preocupaba, suelo estar acostumbrada a eso.



Después del almuerzo teníamos la clase de Filosofía del Yoga, también en inglés y también con la misma monja. Me costaba bastante entender. Primero su inglés y después la complejidad de lo que estaba tratando de decir. El primer día ya había sido un espanto. Lo único que quería era irme a mi cuarto y llorar un poco más, así que eso hice. Agarre mi pulsera santa, un hilito de cuero con muchas medallitas de la Virgen de Luján que me regaló mi viejo hace mucho tiempo. Siempre me la pongo cuando las cosas se ponen difíciles y así me duermo, pensando que mañana va a ser mejor- como un osito de peluche. Eso era lo que hacía unos meses antes en Copenhague, cuando la ansiedad y el insomnio me saludaban por las noches, mientras trataba que un poco de humo de cigarrillo entrando a mis pulmones lo calme todo, pero aun lo empeoraba. Aunque no soy cristiana esa pulsera me daba paz, no porque yo sea religiosa sino porque me la dio mi viejo y en él si creía. Entonces el ritual nocturno era agarrar mis piedras, mis dos cuarzos gigantes y ponerlos en el pecho y así me iba a dormir, rogando que mañana todo se acomode y pase algún puto milagro que me haga querer estar acá.

Había armado mi altar de meditación con una estatua pequeña de Ganesha, un cuenco tibetano que había comprado y unas flores de Santa Rita que había encontrado en el piso del jardín. Cada noche antes de acostarme me tomaba un tiempo para meditar como me había dicho el monje. Creo que ahí me volví creyente.

Estaba sola y ahora aún más sola, más aislada y más aún conmigo misma. Seguía fingiendo con mi madre que me llamaba contándome de los festejos en Argentina, las juntadas navideñas en familia y los problemas económicos del país mientras yo sonreía y hacía fuerza para aguantar mi angustia, para que las lágrimas salieran solo cuando apretaba el off del teléfono. De todas maneras no lo entendería, no entendería nada de lo que me pasaba hace unos meses. Ni siquiera yo lo entendía. Quería solo desaparecer, si hubiera existido un botón posible para eso probablemente lo hubiera echo. Cada llamada me rompía el pecho un poco más y me traía más dudas, más culpa y más desolación.

¿Que estoy haciendo?

¿Que estoy haciendo en este cuarto de mierda, en plena vísperas de la Navidad con un libro en sánscrito en las manos sintiéndome Julia Roberts en la película Comer, rezar, amar, ? No lo soy. ¿Qué estoy haciendo acá? Y le hablaba a Dios, al universo, a Ganesha y a quien hiciera falta.

-Por favor, necesito ayuda, necesito claridad, necesito paz. Lo estoy intentando, estoy haciendo lo mejor que puedo. Por favor, necesito ayuda. Y entre lágrimas y la soledad de la verdadera, donde nadie más que vos puede entender lo que sentís o por lo menos eso crees, me dormía un par de horas, hasta que el despertador volvía a sonar a las 5 am para un nuevo día.



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